jueves, 27 de octubre de 2016

Esta se había declarado fascinada con el concepto de tener una institución así, por lo que rogó a su amiga que la dejara entrar. La Logia local concedió su permiso, haciendola ingresar como miembro. Allí esta intentó conseguir a una pupila, pero cada 6 meses habían 25 chicas disponibles para al menos cuarenta aspirantes. La logia había aumentado, pero el Internado seguía siendo un colegios de seis ciclos anuales con unas 25 alumnas cada ciclo. La americana tendría con suerte una oportunidad en un par de años. La Señorita en cuestión era una solterano heredera de una de las grandes fortunas de Nueva Inglaterra. Su patrimonio se componía de ferrocarriles, fundidoras de acero y barcos de carga trasatlánticos. Así que ella hizo algo muy americano: decidió fundar su propio Internado. 

Pero era la época de la Sociedad de Naciones, por el mundo recorría un viento de internacionalismo así que nuestra chica americana quizo que el Internado Americano sea fundado con la supervisión de el Internado Europeo. Así que ella había llegado allí con la idea de nombrar una comisión para que acudiera a USA y ayudaran en la constitución del nuevo instituto. La segunda idea que hizo levantar las cejas de la madre superiora era esta: las hijas ilegítimas de cualquier familia acomodada Europea podrían escribirse allí y estos pagarían la educación y mantención de la alumna. Las hijos extramatrimoniales en la época eran una vergüenza que se debía ocultar, eran enviadas comunmente lejos, para ser criados por terceros por un pago. Muchas veces crecían sin llegar a saber nunca quienes eran sus padres, o sabiéndolo, no podían acercarse a ellos. 

Cada año, cientos de estas criaturas venían al mundo en toda Europa. Cada año costaba una pequeña fortuna reclutar niñas huérfanas de las manos de ambiciosos funcionarios de orfanatos, y para peor, estas operaciones siempre serían ilegales. La Abogada estaba segura que se podía reunir fácilmente las 25 reclutas que cada seis meses necesitaba el Internado para funcionar, con la diferencia que esta operación no generaría costos y sería legal. Además, los altísimos costos de la manutención de las niñas se verían considerablemente reducidos. Solo se necesitaba la voluntad para cristalizar la idea, por lo que pedía ayuda a ambas mujeres para hacerlo. Cuando expuso su idea lo hizo en el francés que había aprendido en el Internado con elegante acento parisino, con al claridad que había adquirido en Oxford, con el entusiasmo de una Londinense y con los ojos brillantes llenos de inteligencia y voluntad. Al terminar, sus mayores estaban más que entusiasmadas. Su antigua sinodal tuvo que controlarse para no llorar de la emoción de ver en que se habia convertido su antigua pequeña y la directora tuvo que contener las ganas de aplaudir, orgullosa de esta extraodinaria ex-alumna.

De la misma manera, el Consejo se rindió ante ella. Se dedicó a cristalizar sus ideas con una energía que a muchas les recordaba a la Dama fundadora. Con esa misma energía viajó a América para asistir a la primera reunión de la Logia Americana donde su discurso fue aplaudido de pie. Hermanó a ambas logias, con lo que lograría que las inmensas fortunas americanas ayudaran al instituto europeo. De regreso a Europa siguió trabajando en el mejoramiento de las condiciones del Internado Europeo y años después logró viajar a Connecticut, para conocer el nuevo Internado. A orillas de un lago, en una regiòn conocida como New Fairfield, se levantò el impresionante Internado Americano.
En USA, no se necesitó mucho esfuerzo para conseguir alumnas. A pesar de que USA  durante la época de los veinte estaba en plena expansión económica, la miseria todavía era la constante en grandes barriadas de las grandes ciudades. Solo en Chicago en l.926 se registró la entrega a Servicio Social de más de 300 niños huérfanos de menos de tres años. Solo se necesitaba hablar con los padres de una menor y emitir un contrato de trabajo, darles dinero para que firmen y la menor se podía ir con el dueño del contrato tranquilamente. Cuando ellas veían las magníficas condiciones del Internado, su alto nivel de vida y la sólida educación que recibían, se olvidaban de sus padres y de su pasado. El personal fue recogido de correccionales americanas donde muchas mujeres languidecían en pésimas condiciones por su orientación sexual, Bastaba que la persona indicada hablara con el gobernador o con el jefe de prisiones y estas mujeres quedaban bajo tutela del que las contratara bajo la aprobación de la autoridad. Nuevamente, trabajar en un sitio como el lago Fairfield las hacía no querer nunca irse de allí. Profesoras y tutoras fueron encontradas en los clubs y bares de lesbianas, que aunque pocos y clandestinos, existían en las grandes ciudades americanas, en Nueva York, Chicago y San Francisco. Mujeres cultas, bien preparadas, la idea de trabajar en un sitio donde no se las persiga y margine les pareció un sueño. 

Nuestra chica americana estaba detrás de todo este gran esfuerzo, había organizado con esa energia que solo los americanos parecen tener: una logia, un consejo y finalmente un internado, exactamente al revés de como se lo había hecho en Europa. O, como Scott Fitzgerald lo dijo: “Europa y Amèrica son espejos una de otra, iguales pero al revès”. Pero ese entusiasmo y alegrìa, propios de lo que nuestra Flapper, como la llamaremos de ahora en adelante, terminó en Octubre de l.929. La economía occidental, que se había inflado como un globo, simplemente se reventó como uno y cual sucede a estos cuando revientan, pareció desaparecer. 

En un mes, se perdieron diez años de ganancias. Fortunas que habían costado cincuenta años en acumularse desaparecieron en días  y con estas todos los trabajos que habían generado. En mayo de l.930 el 40 % de la población americana estaba desempleada. El hambre y la desesperación empezò a cundir, unos 20 millones de personas perdieron sus hogares. Fue el peor desastre econòmico de la historia. Para nuestra flapper, fue el fin de las tres cuartas partes de su fortuna, pero aùn asì lo restante le alcanzaba para seguir considerándose rica, pero no alcanzaba para conservar el Internado. La reunión de la Logia Americana en el verano de 1.930 demostró que esta se haba reducido a al mitad. Y la mayoría de las miembros sobrevivientes declaró que no podían seguir aportando de la forma como lo habían hecho antes. 

La Flapper necesitó de toda su energìa y concentraciòn para lograr que el instituto sobreviva. Redujo todos los gastos a lo estrictamente necesario, desglosando el costo de hasta el último lápiz, de la ùltima tiza. Comprò libros usados, uniformes màs baratos, pero no renunció a la calidad de la comida, de la educaciòn y a las reglas que conformaban las columnas de la institución: una institutriz por cada niña, gimansia e higiene, disciplina y ternura. De alguna forma, el Internado Americano sobreviviò y en forma paradòjica, fue el instituto europeo que tuvo que acudir en ayuda de su hermano americano. Pero quien realmente salvò al Internado fue la nieta de uno de los legendarios fabricantes de armas americano. 

Excéntrica, altìsima, delgada,  hija de una mujer que había sido declarada legalmente loca y de un padre que no pronunciaba màs de seis palabras al dìa, nuestra recién llegada heroína no había mostrado durante su vida un comportamiento precisamente normal tampoco. No habìa nadie en este mundo que pudiera llamarse realmente su amigo, exceptuando un gigantesco vaquero que por alguna razòn era al ùnico que hablaba con naturalidad sin contestarle como acostumbraba con el resto de la gente con monosìlabos. Este la seguìa a todas partes como un guarda espalda silencioso, portando siempre una 44 de la marca de la casa de su patrona y viendo a todo el mundo como si tomara las medidas para el ataùd. Pero a la Flapper le bastò ver a la Armera, como llamaremos a esta extraña señorita, para darse cuenta que estaba ante una hermana. 
Coincidieron en una estaciòn de San Luis, la Flapper esquivò habilmente a su sempiterno guardiàn y la invitò a reunirse. Cuando ella preguntò porque la Flapper en cien palabras explicò en un culto inglès la existencia del Internado y su finalidad. Con satisfacciòn, notò la dilataciòn de las pupilas de la Armera y luego de un angustioso momento de silencio vino la vacilante pregunta”¿puede explicarme mejor esto?”.  Convenciola luego de algunas escaramusas en que acepte su invitaciòn, lo que la Armera finalmente aceptò. En conclusiòn, en la primavera de l.932 la Armera visitò por primera vez el Internado Americano. Las òrdenes que la flapper habìa emitido a su madre superiora, la cual tambièn era un ex-monja alemana, era que la armera fuera llevada lo màs directamente posible al ala de las pasadas donde les serìan mostradas todas las chicas disponibles. Y allì nuestra armera encontrò algo que habìa estado buscando toda su vida, a Molly.

Molly simplemente, ahorràndonos el apellido irlandes, era una muñeca pelirroja pecosa de ojos azules brillantes. Sin el règimen del Internado, hubiera sido gordita, pero la gimansia y el lacrosse la tenìan con una cintura que daba a su cuerpo la forma de un estilizado reloj de arena. De busto ya prominente, de piernas gruesas sobre las que descansaba un generoso trasero, remataba todo esto una vulva pequeña de labios escondidos. Y aunque dicen que la boca de las mujeres tienden a parecerse a su vagina, en el caso de Molly se podrìa hablar de una excepción, pues los labios de ella eran ligeramente gruesos y de un rojo intenso. Su nariz era esa tìpica nariz celta que les da a sus poseedoras un aire pìcaro, con cejas rojas bien delineadas, largas pestañas y mejillas redondas. Como le dijo su tutora cuando por primera vez la vio, “señorita, tiene ud. el tipo de traviesa a la cual es mejor darle una buena nalgueada de entrada, pero le voy a conceder el beneficio de la duda:”

Pero ninguna de estas caracterìsticas eran las que hacìan inolvidable a Molly. Esta sufrìa, como una de sus compañeras, una chica de origen italiano le dijo,  de hemorragia bucal. Simplemente Molly no podìa dejar de hablar: hablaba del tiempo, de lo que habìa hecho ayer, de lo que vio ayer, de lo que pensaba hacer mañana, ser preguntaba còmo serìa el tiempo mañana y ella mismo se respondìa. Muchas veces, aunque la persona con que estaba hablando se fuera, harta del incontenible parloteo, ella seguìa hablando. Lo necestiba, era su forma de defenderse, de ocultar su miedo, su miedo a las cosas que podìan volverla loca. Su padre, despuès de azotarla con un garrote hasta que se cansaba, la encerraba en una oscura leñera donde ella no podìa verse ni la nariz. La pequeña niña muchas veces sentìa que cosas se movìan en la oscuridad y para alejarlas, para controlar el terror que sentìa que la dominaba, simplemente hablaba, consigo misma, con dios, con la ùnica amiga que tenìa aunque no estuviera ahì. Hablaba, porque mientras hablara, nada malo sucederìa.

Esto por supuesto le trajo un sinfìn de problemas y fue su salvaciòn. Su padre, harto de su parloteo incesante y seguro que estaba medio loca la entregò a una señora de origen polaco que buscaba obreras para su taller de costura. Esta por supuesto no era tal, era una agente del internado y como ella explicaba de mal modo cuando podìa, no era polaca sino massuriana. A ella no le disgustò el parloteo de Molly, le agradò. La escuchò durante los tres dìas que estuvieron juntas y se reìa de esa incesante fuente que brotaba de Molly. En el internado, la entregaron a una robusta sinodal, que aunque siempre la regañaba y la amenazaba con “unas nalgadas señorita que no se va a poder sentar en tres dìas” intentò comprenderla y la trataba con toda la paciencia de la que era capaz. La colocaron con una de las primeras alienistas, que despuès se conocerìan como sicòlogos, graduada de Yale que era la consejera del Interando y con esto y la ayuda de su sinodal, el cerebro de Molly pareciò desacelerarse.

Molly era feliz, en lo que se podìa esperar. Le gustaba estudiar, adoraba leer y aunque muchas alumnas le huìan como a la peste, estaba su Marg, como se llamaba su sinodal, que la escuchaba y con la cual podìa conversar.  Ya en tercer año podìa estar varios minutos en silencio y habia aprendido a escuchar y participar en una conversaciòn, aunque por supuesto por cada palabra que oìa ella pronunciaba diez. Pero lo que nunca le toleraron y esto la hizo ganarse màs de un castigo fue cierta risa que en momentos de extremada hilaridad salìa de ella. El sonido de esta era como de una lima fabricando una llave. Simplemente eso era inaceptable para una señorita. 
“Una señorita no se rìe asì!” le decìa su sinodal mientras le daba de nalgadas con un ritmo constante, “una señorita se rie con gracia, no como una mula con tos!”. Sentada sobre las rodillas de su sinodal, desnuda de la cintura para abajo, con sus nalgas al alcance de la mano derecha de su guardiana, Molly lloraba suavemente mientras era castigada. Cuando esto pasaba, Molly se metìa el pulgar en su boca formando un tierno puchero. Su sinodal se detenìa, miraba a Molly que estaba obligada a devolverle la mirada y con el dedo cual reprobatorio puntero regañaba a Molly y la obligaba a repetir el motivo del castigo. Hipando, la pobre Molly repetìa:”me està pegando porque no me rìo como una señorita”. Y el castigo continuaba.  Marg procuraba no nalguearla muy fuerte, pues era conciente que ella no lo hacìa a propòsito, pero lo hacìa porque consideraba que era una costumbre detestable que iba contra toda urbanidad. Y a ella le imoportaba Molly, le habìa llegado a tomar cariño, queria lo mejor para ella. Aùn asi, cuando terminaba las nalgas de Molly estaban rojas y lloraba como una magdalena. La bañaba a continuaciòn, advirtièndole que donde la volvìa a oìr reirse asì de nuevo esta tunda no serìa nada a lado de la que recibirìa. 

Molly querìa a Marg, su Marg la llamaba. Nunca la castigaba a menos que no hubiera màs remedio, aunque la regañaba todo el tiempo. Pero nunca alzaba la voz y mientras lo hacìa, la acicalaba arregalando un mil detalles que solo una mujer ve y al dejarla para que oiga clase o en la gimnasia o en la nataciòn, ponia su mano sobre su mejilla y le decìa:”se buena pequeña, ¿si?.” Molly era alta para su edad y robusta, cualquier otra sinodal hubiera tenido problemas para manejarla, pero no Marg, con su metro ochenta i cinco y su sòlida humanidad. Cuando era de meterla al baño, la cargaba sin problemas y la maniobraba como una muñeca. Los domingos la masajeaba con energìa bañàndola en aceite y frotándola con vigor. La afeitaba con cuidado y era inflexible en la depilaciòn, por mucho que se quejara Molly. Dejaba sin rastros de vello todo su cuerpo, hasta el surco dorsal. Molly se avergonzaba cuando abría sus nalgas para revisarla, pero no sentia desagrado. Luego la cargaba desnuda hasta la cama, donde la vestìa para el servicio. 

El servicio era como se conocìa la cena del domingo. Todo el personal del Interando, exepto el servcio comìan juntos. Para esa ocasión todo el Interando se vestìa con traje formal, en vez de los uniformes de diario. Comùnmente la madre superiora o la inspectora general pronunciaba un discurso que trataba de temas de interès general, lo normal en una instituciòn asi. Se le consideraba un acto solemne y se esperaba absoluta correciòn y atenciòn de las alumnas. Asì que Marg se esmeraba en que quedara implecable, cuidando que hasta el ùltimo botòn y lazo estèn donde deben estar. Era en ese el ùnico momento cuando Marg bajaba sus defensas, al terminar hacìa girar a Molly y vièndola tiernamente le decìa:”estàs hecha una belleza, señorita.”. Entonces Molly se daba cuenta que esa mujer la querìa y que ella querìa a esa mujer. Ambas por algunos segundos, se quedaban viendo sonrientes, satisfechas la una de la otra. Entonces Marg se acordaba de su lugar y apurando a Molly le decìa:”comportada señorita, Ay donde la veo conversando! La quiero atenta a la oradora, sino ya verà lo que pasa cuando regresemos.” pero Molly seguìa sonriendo y vièndola con adoraciòn, la conocìa y sabìa que esos regaños eran parte del libreto. 

Cuando sentada fuera de la sala de matemáticas Marg escuchó que habría una pasada especial para una sola donante, cayó en cuenta lo importante que debía ser esta. Así que rompiendo al menos unos seis reglamentos entró sin llamar al salón donde estaba Molly, ignoró la mirada atónita de la profesora de matemáticas y se la llevó sin mayor explicación. En el cuarto la desnudó a toda prisa y le puso la bata transparente de presentación la peinó, le pintó lo labios de un rojo intenso y perfumándola casi sobre la marcha terminó de agarrar al vuelo unas zapatillas rojas para llevarla casi a volandas al ala de pasadas. Mientras la conducía, le explicaba que iba a ser presentada a una sola dama, “pero esta es muy importante, así que señorita vas a mostrar lo bueno que hay en ti, ¿ok
Su apuro era para apoderarse de una vitrina colocada estratégicamente en el ala, esta sobresalía hacia el paseo lo que hacía que su ocupantes se luzca desde varios ángulos. Marg consideraba a Molly hermosa, su único defecto era su parloteo, pero este era controlable. “No se notará” pensaba ella. Así cuando la armera empezó a caminar sobre este increíble callejón lleno de vitrinas con hermosos tesoros en ellas, tuvo obligadamente que fijarse en Molly. Nuestra niña se había distraído pues había estado ya un buen rato dentro de la vitrina. Se estiraba para ver bien una moldura  en forma de flor que decoraba  el techo, así que no notó la aparición de la donante. Lo que esta vió pues fue un perfil impresionante, rostro, senos, piernas, nalgas, todas estas coronadas por la cabellera más roja que había visto en su vida. Molly estaba tan distraída que no se dió cuenta que alguien caminaba al pie de la vitrina de izquierda a derecha, no una sino dos veces. La armera quedó fascinada, ya que ante todas las otras vitrinas había tenido rostros que la veían y sonreían, pero que la hacían tener vergüenza de ver detalladamente los cuerpos a los que pertenecían. En el caso de Molly no pasó tal cosa, así que por primera vez en su vida contempló y disfruto del espectáculo visual de una mujer en flor. Una ideal le vino a la mente: “como si el diablo la hubiera tallado.” Por primera vez comprendió el poder de la belleza y porque la obsesión con reprimirla. 

Cuando Molly se dió cuenta que la observaban dio un respingo y procedió a una rápida venia, luego giró quizá demasiado rápidamente sobre si misma y mirando a la armera, se olvidó de sonreir y solo atinó a ver a su sinodal, cuyo rostro era una máscara impasible. Con el rabillo del ojo alcanzó a ver como se reían otras guardianas, lo que le causó más mortificación, lo que la hizo bajar la vista. Todo esto, tan diferente a las caretas sonrientes que había visto hasta ahora, llamó aún más la atención de la armera. Durante un rato se quedó también con la mirada baja, recordando cual era el siguiente paso a seguir. “Hablar con su tutora”, recordó. Así que giró y encontró la parada cuasimilitar de Marg y su rostro de esfinge.

“¿Qué le pregunto?” se decía a si mismo mientras se acercaba. Torpemente, señalando hacia la vitrina donde estaba Molly, preguntó “¿Cómo es ella?”. Marg tardó dos segundo en reaccionar, pues comúnmente estaba acostumbra a elegantes damas que con un aniñado acento decían “ahora querida, ¿puedes hablarme de la belleza de la vitrina 7?, la rubiecita, la que parece una galletita”, no esperaba una pregunta tan burda y dicha con ese acento de las montañas de Virginia. Pero solo dos segundos, en seguida con voz clara y contundente dijo:”la mejor de las chicas, aunque necesita una mano fuerte, pues como ve es una soñadora. Sabe inglés y francés (esto era una exageración), es buena en matemáticas (cierto) y a su edad ya ha leído más libros que yo (discutible).” La armera tenía los ojos muy abiertos mientras la oía, pensando que esa pobre niña tenía que soportar la disciplina que este sargento debía imponer. “Pobre criatura”, se decía, mientras que prenguntaba si podía hablar con ella. Marg se dignó a mirarla y respondió con el tono de tener que decir lo obvio: “solo golpee el vidrio, madam.”

Molly miraba angustiada la conversación que su tutora y la donante tenían. “Oh dios mío!, que torpe he estado, de seguro me he ganado una buena, hoy tendré que dormir boca abajo.” Cuando la armera se acercó y golpeó el vidrio cual si llamara una puerta, su alegría la hizo dibujar una amplia sonrisa en su cara. A la armera dicha sonrisa le recordó cuando en medio de un día nublado de repente sale el sol. Molly dió la vuelta y salió casi corriendo hacia el saloncito de reuniones, “quiere habar conmigo, quiere hablar conmigo” se decía emocionada. Cuando llegó al saloncito, se acicaló la bata, se arregló el cabello y esperó como le había indicado, quieta en medio de la habitación con las manos cruzadas atrás. Cuando la armera llegó esta la saludó con una reverencia y recordando todo lo que le habian enseñado la invitó a sentarse. 

Siguiendo las reglas de la casa, se sentó frente a la donante levantando la bata para que la piel de sus nalgas tocara el forro del sillón, abrió las piernas y colocó las manos con las palmas hacia arriba sobre sus muslos. Luego miró a su posible futura dueña y sonrió enseñando unos dientes blancos y perfectos. Si la armera tenía alguna duda, esto se disipó de inmediato, “esta”, pensaba, “es mi dulce compañera, la que he visto solo en sueños, cuando la humedad viene a mi en las noches de verano” en esos sueños nunca había visto su cara, pero la veía ahora y era hermosa.
Molly también observaba detenidamente a la mujer que tenía frente a si. Le gustaba que fuera alta, más alta de lo común, le gustaba su pelo negro como el ala de un cuervo, sus ojo cafés bajo unas cejas finas, las pestañas gruesas, la nariz recta cual trazada con una regla. El rostro de la armera era alargado pero las mejillas llenas lo atenuaban. Aunque muchos habrían dicho que la armera no era bella, que parecía una estricta profesora rural, era esta característica lo que agradaba a Molly. En su vida todas las personas que habían sido buenas con ella eran así: adustas y serias. La mujer que la rescató de sus padres, su Marg, la profesora Presston de natación, la bedel Marta que siempre guardaba un bocadillo para ella entre los bolsillos de su delantal. Y ahora ella. “¿Me querrá?” se preguntaba, De repente se dio cuenta que habían estado un buen rato allí en silencio. 

Así que Molly preguntó su nombre, sus gustos,  sus preferencias en comida y vestidos. “¿porqué se vestía así, tan anticuada?”, preguntó impertinente. Esto, el hecho de que ella apenas si esperara respuesta para volver a disparar, hizo sonreir a la armera. “Debería sonreir más”, soltó Molly, “se ve mucho más bonita cuando lo hace”. En la vida de la armera, el único hombre que la había llamado bonita era su padre. Fue allí cuando cayó en cuenta que en sus 34 años solo dos personas la habían llamado así, esto, sumado a las emociones que había sentido por primera vez con la intensidad que las había sentido, hicieron que le dieran ganas de llorar. Sus ojos se humedecieron y su semblante se contrajo en un gesto de dolor. 

Molly se asustó, estaba segura de que había dicho algo malo. Empezó a disculparse, luego intentó cambiar de tema y lo que logró fue desvariar. Dándose cuenta, decidió que la solución era contar algo gracioso. Así que empezó a contarle a la armera un incidente gracioso que había ocurrido el último invierno, que involucraba un gato, la cocina, las empleadas de cocina y varias alumnas. A Molly cuando le contaron el episodio, le pareció hilarante. Así que intentó adornarlo con la mayor cantidad de sucesos posibles y esto sumado a sus nervios provocaron algo que para ella fue el desastre: al terminar el cuento y reirse del mismo, la risa prohibida salió  a flote. 

Molly no se dio cuenta que se estaba riendo así hasta que vio la cara de la armera. Esta tenía los ojos como platos y la veía fijamente.  Aterrorizada, empezó a disculparse, pero pronto las ganas de llorar cortaron las disculpas. “Bueno, hasta aquí llegué. Es mejor que me excuse y me vaya”, porque, ¿quien la querría con una risa así?. Así que empezó a levantarse mientras decía:”No le quito más el tiempo, madam, querrá hablar con otras chicas. De todas formas, debo decirle que fue un placer conocerla y quiero asegurarle que yo no me río siempre así” pero fue detenida por una orden, que aunque dicha en forma suave, no dejó de ser terminante. “!Sientate!, tu institutriz tiene razón, necesitas mano fuerte”.  Molly se sentó y confundida, esperó. Mientras, la armera tenía un verdadero torbellino en la cabeza, aunque de una cosa estaba segura: esa chica sería suya, cueste lo que cueste. 

La niñez de la armera fue una pesadilla debido a la esquizofrenia de su madre, que fue apartada de su lado cuando la atacó con un hacha, provocándole una herida en la espalda que casi la mata, quedándole una cicatriz de 30 cm en la espalda. Fue su padre, ese hombre amable que casi no hablaba quien la salvó, quien la había criado hasta entonces explicándole en lo que podía el extraño comportamiento de su madre. Fue el hombre que siempre la cuidó de alli en adelante, el origen de todos  sus conocimientos, de sus creencias y virtudes. Se acostumbró a sus silencios, tan largos que a veces lloraba quedadamente para no gritar, se acostumbró a su salud delicada que se lo llevó tempranamente a la tumba dejándola en la primera línea de sucesión de la  fortuna de su mítico abuelo. Lo extrañaba, a pesar de sus silencios, lo extrañaba. Y extrañaba sobre todo  su risa que sonaba como una lima haciendo una llave.

Cuando escuchó la risa de Molly supo que algo en su vida quedaba sellado y cerrado. Hasta allí ella había aceptado su soledad, que ella fomentaba imitando la forma de ser de su padre. Hasta allí, “basta” se dijo, “me llevaré a esta niña  para mi, aprenderé, aprenderé ha hablar, ha amarla, ha hacerle el amor. Viajaré, con ella, lejos, cerca, comparé, venderé, viviré.”  Luego de un momento en que estos pensamientos calaron profundamente en su corazón, le preguntó a Molly: “¿quieres irte conmigo Molly?, quiero que me hables, que me preguntes, que me enseñes como hablar y respirar al  mismo tiempo. Quiero que seas feliz y al serlo, que me vuelvas feliz a mi”. Molly no lo sabía y si alguien se lo hubiera contado no lo hubiera creído: la armera no había pronunciado una frase tan larga desde después de la muerte de su padre al entrevistarse con los abogados albaceas del testamento de su abuelo.
Luego de la impresión inicial, Molly gritó  “!Si!” y saltó y aplaudió, mientras una sonrisa inmensa adornaba su rostro. Impulsiva, se acercó a la armera y la abrazó. Luego besó su mano, se disculpó, volvió a saltar y aplaudir. El escándalo hizo que entrara Marg, que al ver esto exclamó en un susurro que más bien era un grito:”señorita, basta!, ¿quieres que entre la madre superiora y te castigue por ese comportamiento?.  Madam! Por dios! Si va a aspira ser algo para esta niña, empiece desde ahora a supervisar su comportamiento, una alumna de este instituto no se porta así!”. Ambas, futura tutora y pupila miraron hacia abajo y aunque sonriendo, pidieron las respectivas disculpas. Con un resoplido, Marg les lanzó  una última mirada de indignación y salió. 

Quedándose de nuevo solas, ambas se abrazaron como dos chiquillas. Era la primera vez que la armera entraba en contacto físico con alguien desde la muerte de su padre. Una vez al mes, contrataba prostitutas para que la masturben, mientras fantaseaba con su amor. Para ella eso no contaba, apenas si era algo mejor que masturbarse, cosa que no hacía porque la hacìa sentirse tonta. El olor, la tibieza, su solida suavidad estuvieron a punto de volverla loca. ¿De que hablan dos amantes en su primera cita?, de lo mismo que todos hablan. Dejemos a estas almas enamoradas y volvamos con el núcleo de nuestra historia.

Después de la entrevista con Molly, una temblorosa armera se reunió con una jubilosa flapper. Esta iba a empezar a hablar de una posible donación cuando la armera la cortó a raya:”¿Cuánto necesita para que este lugar funcione sin problemas?” le preguntó. La flapper no necesitó pensarlo mucho, viendo a la armera a lo ojos le dijo:”dos millones de dólares, y lo aceptaremos únicamente si ud. acepta entrar en el consejo adminsitrativo”. La armera bajó la vista como siempre lo hacía cuando quería pensar con claridad, luego de un momento que a la Flapper le pareción eterno, respondió:”correcto, pero Molly debe quedar a mi disposición”, nuevamente la Flapper se demostró como una digna sucesora de las fundadoras, contestó:”Si la niña ha aceptado su tutoría, es suya, pero bajo ciertas reglas. No quiero torturarla, ni incomodarla, pero ni una donación de dos millones me haría olvidar mi deber con las alumnas.” La armera comprendió que hablaba sinceramente, así que solo afirmó con la cabeza. La sonrisa que apareció en su cara fue para la flapper una verdadera sorpresa. “Dios, lo que hace el amor”, se dijo. 

“Quiero…, bueno, momentos a solas con ella”,  dijo y por primera vez en 20 años, se sonrojó. La armera tuvo que contener la risa, mientras filosofaba sobre lo necesario que era un lugar así. No importara que fueran ricas, pobres, bellas, feas, las lesbianas eran perseguidas y marginadas, Se las criaba con una sentimiento de culpabilidad, como si el amar a otro ser humano fuera un pecado. No podían hacer lo que cualquier humano hace: buscar a su pareja, su otra mitad. Y si lo hacían, lo hacían con el terror de ser descubiertos, con el miedo de que el objeto de su amor se burle de ellos, los deprecie. “El mundo es un lugar terrible!” se dijo suspirando la Flapper.

“Y aún así es un sitio en el cual vale la pena vivir”, se lo dijo mientras empezaba la larga explicación sobre los deberes de una tutora, sus derechos y potestades, los deberes de una pupila, sus derechos, que serían celosamente velados por el Internando. Le dio las cartas que debía firmar para ocupar el cargo respectivo en el consejo, le entregó los reglamentos, etc. Allí se enteró que la armera había decidido venirse a vivir a Faifield, pensaba comprar un terreno al pie del lago, construir allí una casa que le permitiera estar cerca de Molly y de sus nuevas obligaciones. La flapper sonrió satisfecha de la actitud de compromiso que la armera tomaba. Cuando tres días después ante un boca abierta consejo terminó su informe, lo terminó con un “Hurra!” como en sus mejores días en la universidad. Entre lágrimas, abrazos y besos, estas mujeres celebraron el fin de las épocas malas y la llegada de tiempos mejores.

domingo, 23 de octubre de 2016

EL INTERNADO.

En l.898, el año en que aún vivía la Reina Victoria, fue fundado el Internado. A lo largo de su historia, se lo ha conocido solo con ese nombre. Su fundación se debió al esfuerzo de una dama victoriana, cuya historia es bastante sencilla. Separada de su amor en la adolescencia, de una forma cruel pero discreta, vivió en carne propia la brutal discriminación que sobre los homosexuales pesaba en esa época. Enviada lejos, sus ansias de revancha la hicieron seducir a un rico heredero. Soportó un sexo que le resultaba insípido, grosero, con la esperanza de volver a ver a su amor. Cuando por fin pudo buscarla, lo único que encontró fue una tumba. Aunque tuvo la suerte de heredar a una joven pupila, que ocupó en parte ese inmenso vacío en su corazón, esta no  satisfizo en último caso a sus deseos y necesidades por lo que decidió alejarla. Para entonces se había hecho de una pequeño círculo de amigas íntimas, lesbianas y ricas como ella. De sus conversaciones surgió la idea del internado, un colegio que preparara a jóvenes para ser esa otra mitad que desesperadamente todas ellas necesitaban, pero que el mundo en el cual vivía hacía casi imposible esa búsqueda. Se dieron cuenta que todas las jóvenes eran educadas toda su vida para el matrimonio heterosexual, así que, se preguntaron ellas, ¿si hubiera un sitio donde se educaran para la vida junta a una amante lesbiana?.

La dama en cuestión, que ya para esa época manejaba los negocios de su esposo, puso manos a la obra, con una energía que la había hecho una de las mujeres de negocios más exitosas de su época. Casi todo el chocolate que se consumía en Europa ella lo comercializaba. En Ecuador, ella compraba prácticamente el 100% de la producción. Su genialidad la había llevado a comprar el chocolate en pesos mexicanos que obtenía a un excelente cambio, luego vendía al chocolate en francos y libras esterlinas, lo que hacía de su ganancia algo gigantesco. Así que por lógica, decidió que el Internado debía estar en un país que procesaba gran parte de su actividad, además de tener una legislación que consideraba las actividades privadas como algo sagrado, Suiza. 

Junto a un lago, en el límite de la zona francesa y alemana, se compró un terreno y se empezó la construcción. Nuestra dama, había leído el método de educación de su heroína personal, la reina Victoria, insistió que cada futura alumna tuviera una tutora sinodal, una institutriz personal que la supervise todo el tiempo. Las niñas no debían estar solas nunca y debían estar constantemente recibiendo educación y adoctrinamiento. Debían recibir clases y al salir, pasarían a manos de sus tutoras que las acompañarían a comer y las vigilarían constantemente aún en su tiempo libre. De la misma forma, ella deseaba que recibieran la mejor educación posible, aumentando a esto una higiene que hubiera sido considerada revolucionaria en Europa: un baño diario, aseo bucal, masajes y depilación en las zonas íntimas. 

Se había inspirado en las estatuas griegas, que en esa época llegaban por cientos a su país, compradas a un precio ridículo a campesinos del Mediterráneo. Fue ella quien entrevistó personalmente a cada candidata a profesora y tutora. La impresionó especialmente una alta mujer de mediana edad, de noble semblante. Durante la entrevista averiguó que pertenecía a una noble familia austriaca, que había sido monja y que había llegado a madre superiora. Lamentablemente se había enamorado de una novicia, a la cual había puesto bajo su protección. Luego, ya siendo la chica monja, se habían vuelto amantes y hubieran vivido pacíficamente en su convento sino hubiera sido delatada por un grupo de monjas que ambicionaban su puesto. Expulsadas, ambas estaban en la indigencia, pues no podían acudir a sus familias, que naturalmente las habían repudiado. Terminada la entrevista, nuestra dama estaba segura de haber encontrado a su directora. 

Terminado el aspecto contractual, el Internado empezó con 12 profesoras, incluyendo a las exmonjas, con la antigua madre superiora como directora, 24 tutoras sinodales y 24 alumnas. Las chicas en su mayoría habían sido escogidas por agentes contratados en los orfanatos de Europa central y oriental. De edad escolar, eran doce bellezas en ciernes, tímidas y recatadas, adolescentes típicas de su época. La primera foto del internado, las muestra mirando a la cámara, cada una junto a su tutora, mujeres de adusto semblante, todas ellas entre veinte y treinta. 
Un detalle anecdótico fue que  desde el principio a la joven ex-monja se le salía llamar a la directora madre superiora. Después de cierto tiempo, la mayoría de las profesoras y tutoras la llamaban así. Desde entonces, a las directoras se las ha conocido con ese nombre y aunque el nombre no aparece en contratos ni en correspondencia alguna todo el mundo se dirige a esta autoridad llamándola así. Podría parecer ridículo y sin sentido, pero actualmente a nadie se le ocurrirla llamar a la directora de otro modo. La primera madre superiora resultó ser una directora formidable, no habla un segundo de su día que no estuviera pendiente de alumnas, tutoras, profesoras, personal de cocina y administrativo. Se levantaba en medio de la noche para revisar que todo el mundo estuviera durmiendo como es debido, probaba alimentos, aprobaba presupuestos, reprobaba conductas, era todo un torbellino de actividad. 

El personal pronto tomó esta actitud como una inspiración. Todas ellas, mujeres inteligentes y preparadas, habían sufrido la marginación que su orientación sexual provocaba en la época, por lo que la idea de un sitio donde lo normal era su alternatividad las emocionaba, haciéndolas esforzarse al máximo en sus tareas. Esa mìstica en lo que hacían pasaría a sus sucesoras, manteniendo la excelencia académica del Internado permanentemente. 

Si bien por esa parte las cosas en la naciente institución iban bien, en la pare económica los primeros años se asemejaron más a una tormenta constante sin vistas de llegar a puerto. La salvación vino con la primera pasada, como se conocería a la reunión de las donantes, como se llamó a las mujeres que deseaban participar de las ventajas del Internado y de las alumnas. Se realizó cuatro años despuès de su fundaciòn y para entonces el numero de alumnas se habla elevado ya a 80, con el proporcional aumento en tutoras, profesoras y personal administrativo y de mantenimiento. 

Se discutió largamente como debía ser este evento. Nuestra dama rechazó de plano la idea de hacerlo como una fiesta de debutantes. Todas las partes debían, dijo, estar conscientes de los papeles que se imponía a cada una. Una fiesta así, solo aumentarla los nervios de ambos grupos, obsticulizarìa  el intento de la mayor para conocer a la menor y haría que esta no pueda juzgar correctamente a su futura tutora. Porque hubo algo en que todas las damas que se reunieron para tratar este asunto estuvieron de acuerdo: las niñas debían ser libres para escoger, ellas estaban educando mujeres sumisas y de bien, pero ese papel que por la época ellas consideraban natural en una mujer debía ser aceptado en forma consensual. Por muy poderosa que sea la donante y aùn con el riesgo de perderla se decidió dejar en el libre albedrío de las pupilas su aceptación o rechazo de la relación. Para la època, tal actitud era insòlita, los niños y adolescentes carecían de derechos. Pedirles y aún más, respetar su opinión no tenìa precedente. 

De igual manera, la madre superiora con el apoyo de nuestra dama había limitado los castigos físicos a nalgadas dadas con la mano en caso de faltas leves, con un cepillo en reincidencias o faltas graves y solo ella tenía la facultad de azotarlas en el trasero desnudo con una correa de cuero. Por aquella época los escolares eran azotados con varas y látigos, en sitios como la espalda, brazos, muslos y pantorrillas, se los abofeteaba en el rostro con tal fuerza que se les hinchaba la cara por dìas, las haladas de cabello y las sacudidas de la cabeza eran tales que no era raro que quedaran con problemas de equilibrio. Comúnmente se aceptaba que los maestros tenían tal derecho, incluso los padres agradecìan que alguien los ayudara a disciplinar a sus críos. Ellos mismos azotaban sin piedad a sus hijos, aumentando a esto torturas como quitarles la comida, untarles partes de su cuerpo con substancias irritantes, encerrarlos en cuartos diminutos como armarios o sótanos. Hay toda una literatura que atestigua esto. Allá en los buenos viejos tiempos, no se vivìa la infancia, se la sobrevivía. Comparado con esto la disciplina en el Internado era benigna.
Se decidió después de mucho discutir, que la reunión sería cual una exhibición de cosas bellas que se podrían adquirir. Se llegò a esto porque se quería desnudar de toda hipocresía a lo que allì pasara, que era igual que lo que pasaba en el exterior. Las fiestas de debutantes eran una descarada exhibición de carne a la venta, su pompa y oropel servìan ùnicamente segùn las damas que formaban el primer consejo para cegar a las jóvenes, que no veìan la realidad de la finalidad del evento, que era la ambición de sus familias por hacerlas contraer los lazos màs ventajosos para ellos no importando la opinión de la virgen que irìa al sacrificio. Muchas de ellas vivìan en carne propia el resultado de eso, viviendo en uniones que escasamente llegaban unicamente a soportar.

Asì, decidieron ellas, a las jòvenes del Internado se les explicarìa exactamente cual era el fin de esta reuniòn, o sea, debìan escoger a una mujer que pudieran llegar a enamorarse y amar, la cual les proporcionaría amor y protección durante tanto tiempo como ellas necesitaran. Para recalcar esto se las exhibirìa en hermosos y sensuales vestidos dentro de una vitrina. Cuando las donantes pasaran frente a ellas, harían una reverencia y lentamente darìanse la vuelta para mostrar sus atributos. La donante conversarla  primero con la tutora sinodal, que estarìa parada cerca de la vitrina. Si sentìa que estaba realmente interesada en la jovencita, se acercarìa y golpeando el vidrio tres veces harìa que la joven abandonara el exhibidor para pasar a una pequeña habitaciòn, donde les esperarìa te y bocadillos para que interactuaran durante media hora. 

El orden de entrada serìa por sorteo y se realizarìa tres veces, antes de la pasada fina, donde las donantes pedirìan a la pupila elegida que acepten su tutorìa. La chica podìa contestar hasta el final del evento. Demàs esta en decir que se aconsejó a las niñas ser amables con toda donante que pidiera entrevistarse con ellas y nunca mostrar rechazo a cualquier proposición. Sino gustaban, bastaba con nunca contestar. Igualmente se les advirtió que serìan tocadas y acariciadas, que debìan dar las gracias por cada caricia y aún por alguna nalgada, no debían asustarse pues era lo normal que se esperaba de ellas. En aquella época, hablar de sexo en forma explícita era violento para cualquier miembro de la sociedad a excepción de los marginales, así que estas educadas niñas poco o nada sabían de erotismo. Aùn asì, cuando de se les notificó de la reunión no hubo una sola de ellas que no se excitara y fantaseara sobre el mismo. 

Si por el lado de las debutantes la emociòn era alta no lo era menos por el lado de las donantes. Nuestra dama habìa recorrido, ya por negocios o específicamente por este acontecimiento, media Europa entrevistàndose discretamente con ricas herederas, damas de la alta y media nobleza, esposas de capitanes de la industria o del comercio y una que otra rica escritora. Pero fue en Baviera donde el destino la premiaría. Con una carta de recomendación fue introducida al salòn de una princesa de la casa reinante, mujer bellìsima y activa protectora de mùsicos, filòsosfos, poetas y escritores. La noticia de la existencia de un sitio como el Internado fascinó a la princesa que aceptò maravillada la invitaciòn a tal magno evento. Entre ambas mujeres floreciò una amistad sincera y una mutua admiraciòn, en los años siguientes se hizo evidente que serìa la princesa bàvara quien substituirla a la nuestra querida Dama en el timòn de tal singular empresa. 

Asì que la primera pasada, nombre como se le llamò al acto y por el cual se le conocerìa de ahì en adelante se llevò a cabo en medio de cierto desorden y confusiòn. Llegaron de distintos puntos de Europa  42 donantes que quedaron encantadas por las chicas y su educaciòn. Algunas de ellas se llevaron una sorpresa mayùscula al ser conducidas en el orden del nùmero que ellas mismas habìan sacado de una caja a una ala del edificio que imitaba un poco a una calle londinense conocida por su activo comercio y al observar cada escaparate se encontraban con una belleza adolescente, vestida con una corta bata transparente, que debido a la luz de las làmparas de gas dejaba pràcticamente al descubierto todos sus encantos.
Con una sonrisa esta la saludaba con una correcta venia y empezaba a girar lentamente, mostrando un cuerpo formado por una hora de gimnasia diaria de lunes a viernes, deportes los sàbados y masajes los domingos. Pero era la actitud de ellas lo que las dejaba sin aliento. Les coqueteaban, igual que una mujer coquetea con un hombre. Su sonrisa subìa hasta la mirada, indicàndoles que estaban disponibles para ellas. En la Europa de principios del siglo XX, esto era algo casi inconcebible, por lo que para ellas el sentirse blanco de esto por primera vez fue una experiencia inolvidable y deliciosa, terriblemente deliciosa. Muchas tuvieron que hacer la pasada por segunda o tercera vez para atreverse a hablar con una de las chicas. Allì se toparon con educadas jovencitas que hablaban francès, inglès o alemàn, a veces dos de los tres y a veces los tres. Pudieron por primera vez decirle a otra mujer que era bella y escuchar con asombro sinceridad al devolverseles el cumplido. Estas jòvenes habìan sido educadas para verlas a ellas como parejas de vida, asì que se comportaban con ellas como cualquier pretendiente se comportarìa.

En la cuarta y ùltima pasada, despuès de algunos corteses “le contestarè” o “me halaga tanto, pero, puedo pensarlo”, las 24 jòvenes de la primera generaciòn estaban todas emparejadas, todas habìan escogida a una tutora. Las 24 rechazadas casi forman un motìn cuando fueron notificadas que deberìan esperar todo un año, pero al final aceptaron el hecho. Se les advirtiò que mientras màs generosa sea su contribuciòn voluntaria mayor serìa sus posibilidades. Aunque màs de una se fue refunfuñando y una de las rechazadas intentò retar a duelo a la que le habìa “arrebatado” a su flor, todas ellas se dieron cuenta del imnenso beneficio que una instituciòn como esta harìa a sus vidas, por lo que cada una de ella estarìa dispuesta en un futuro a colaborar y ayudar.

Lo primero era el hermetismo. Con el prestigio que la Princesa tenìa, fue fàcil reunir a todas las asistentes al històrico acontecimiento y formando una especie de Logia, se les hizo jurar absoluto silencio. La masonerìa era una instituciòn prestigiosa en esa època, asì que todas aceptaron unirse y aceptar las reglas que tendrìan que respetar para tener acceso al Internado. Asì, cuando nuestra querìdisima Dama muriò en l.912, las tres instituciones en que se basarìa esta comunidad ya estaban formadas: la logia, que reunìa a todas las donantes; el consejo,  formado por menos de una docena de miembros que administraban directamente el Internado y el Internado en si, que en ese año habìa llegado a 180 niñas.

Al frente del consejo estaba nuestra Princesa. Fue ella la que empezò la pesada tarea de legislar la relaciòn que habrìa entre tutora y pupila. Hasta donde podìa llegar la tutora, los derechos de la pupila, de los cuales ella debìa estar informada siempre. La relaciòn de la Princesa con su primera pupila influenciò muchas de estas leyes, pero eso es otra historia. Basta decir que en su vida, que terminò en l.923 la Princesa tuvo dos pupilas, tan diferentes la una de la otra como la luna y el sol, siendo necesario reconocer que la segunda pupila tuvo tambièn una gran influencia en el Còdigo. 

En 1.914 habìa empezado la primera guerra mundial, tormenta de fuego, hierro y muerte que durarìa hasta 1.918. En cuatro años, monarquìas de cientos de años de antigüedad desaparecieron, una forma de vida de habìa empezado al terminar el perìodo napoleònico casi cien años atràs fue borrada de historia sin quedar apenas si rastro. Si uno ve una fotografìa de personas del año 12 con las del año 23 pareciera que han pasado cien años de historia, no un poco màs de diez. De la muerte de nuestra Dama fundadora a la del año de la desapariciòn de nuestra dulce Princesa el mundo cambiò tanto que a la gente de esa època les parecìa haber vivido varias vidas en vez de una.
Nuestra Princesa muriò mucho antes de lo que debiò haberle tocado, pero no hay enfermedad màs mortal que la tristeza y de eso sucumbiò. Ella, noble alemana catòlica de Baviera perteneciente a una familia de mil años de realeza terminò sus dìas en Holanda, desterrada de su patria y de los suyos. La revoluciòn de 1.919 la habìa despojado a ella y su casa de todo, condenàndolos a vagar por una Europa destrozada. No era pobre, habìa tenido la prudencia de resguardar gran parte de su fortuna en Suiza. Ùnicamente las actividades referentes al Internado la animaban y màs de una vez pensò en irse a vivir a Suiza, pero esta resultaba muy pueblerina para su gusto. Aunque no odiaba a nadie, la idea de habitar en Francia o Gran Bretaña, las potencias vencedoras, la enfermaba. En su ùlitmo año apenas si saliò, siendo su ùnica compañìa su segunda pupila a la cual amaba entrañablemente. Muriò de repente, sin mayor sufrimiento.

El consejo tuvo que reunirse a toda prisa para elegir un sucesor. En esa reuniòn se impuso por si mismo el nombre de una recièn llegada, britànica, Abogada de los Tribunales del Rey, que en el corto perìodo de su ejercicio habìa demostrado una energìa y capacidad sin igual. Pero lo que fascinaba a todas las otras miembros del consejo era que ella era la prueba de que el sistema implementado 25 años antes era exitoso: ella habìa sido estudiante del Internado, era una expupila.Y era todo lo que las fundadoras de las cuales al menos dos sobrevivìan habìan intentado lograr: era una lesbiana moderna, sin complejos, feliz y orgullosa de su condiciòn, independiente y profesional, ademàs de ser una belleza de mujer.

La Abogada habìa nacido en las montañas de Moravia, actual Checa. En esa època era parte del Imperio Austro-Hùngaro, por lo que el alemàn serìa su segundo idioma. El primero y este era un secreto celosamente guardado por ella, era el yidish. Durante sus primeros años fue criada por su madre judìa y padre checo, muriendo primero el padre, lo que obligò a su madre a retornar donde su familia, que enseñò a la pequeña a hablar el viejo idioma judìo askenazi. Muerta la madre de la misma enfermedad que se llevò a su padre, la familia de su madre, reacia a criar a una mestiza en medio de una pobreza agobiante, la entregò a un orfanato. Allì aprendiò el alemàn en viejos libros de textos, en medio del hambre constante que provoca comer un dìa si y otro no, bajo palizas constantes provocadas no por su conducta sino por el genio con el cual amanecìan sus ciudadoras. 

Cuando la agente del Internado la encontrò, era una adolescente en ciernes de impresionante belleza y cuando esta le hablò preguntàndole si le gustarìa irse con ella a otro lugar mejor, respondiò ràpidamente que si, segura que no podìa haber un lugar peor. El Internado, con su limpieza, su luz, comida abundante y buen trato le pareciò la antesala del cielo. Por primera vez usaba ropa nueva, comìa cuanto querìa, la bañaban y aseaban a diario, estudiaba cosas que tenìan una finalidad clara, tenìa una vida con un objetivo. Aceptò todo lo que le enseñaron como verdades universales y se considerò afortunada de poder vivir segùn estas.

Perteneciò a la segunda generaciòn, por lo que ella fue testigo de las primeras tutorìas. Siempre recordaba lo afortunada que le habìan parecido las chicas que al empezar las vacaciones de verano de su primer año fueron recogidas por sus tutoras para que pasaran con ellas sus vacaciones. Recuerda a su “amiga mayor”, asi  llamaba  ella a una niña rubia de rostro eslavo que intimaba con ella a pesar de ser del curso superior, regresar de esas vacaciones y con ojos brillantes contar lo increìble que era la casa de su tutora, una noble francesa de la Vendeè, un palacete renacentista repleto de cosas maravillosas, de las fiestas, de los paseos y de Parìs. Y recuerda como ella se habìa inclinado y susurrando a su oìdo le contaba: “me hizo el amor, pequeña, me devorò practicamente toda antes de desvirgarme con dos dedos de la mano derecha”. 

La noche del dìa en que  habìa sido elegida para dirigir el consejo se acordaba de esto. Recordaba como se habìa sonrojado con la confidencia de su amiga. Esta habìase carcajeado al ver su reacciòn y volvièndose a acercar le susurrò: “no se me haga la vergonzosa, mi pequeña, que pronto alguien la pedirà y le harà lo mismo.” Esta vez la vergüenza la hizo reirse a carcajadas, lo que llamò la atenciòn de su tutora sinodal, que estaba sentada en el borde del patio. Cuando mirò en su direcciòn, le bastò verla para saber lo que le decìa su mirada: “las señoritas no se rìen asì, niña.” Inmediatamente procurò recuperar su compostura, aunque el resto del dìa no pudo sacarse esa frase de encima, con la abundantes imàgines que su inquieta imaginaciòn proveìa
Cuando esa noche le tocò ir a la cama, mientras la desvestia como siempre antes de ponerle la pijama, su tutora sinodal le preguntò cual era el motivo de tanta alegrìa. Ella le respondiò que era por lo feliz que estaba su “amiga mayor” por su nueva dueña, que le habìa confesado que estaba enamorada de ella, que era amable y bondadosa, y que se habia reìdo tan alto porque ella le habìa dicho que algun dìa ella tambien se enamorarìa de alguien. Cuando se lo dijo, su tutora la habìa ya desnudado y la habìa cargado, colocando su mano derecha en sus nalgas, levantàndola mientras que con la otra le recogìa el cabello. Ella instintivamente la abrazò sobre los hombros para sostenerse y fue allì, aprovechando la cercanìa de su boca a su oìdo que le dijo: “es cierto niña, estàs hecha una belleza, en un par de años tendràs tu primera pasada y seguro que allì alguna gran dama te pide, ya no pasaràs las vacaciones conmigo sino con ella y en unos años te llevarà para siempre de aquì, de mi lado”. Esta ùltima parte la dijo con un dejo de voz triste, que a ella tambièn la puso asì. Mientras la bañaba, sintiò que cuando llegaba a sus partes ìntimas màs que bañarla la acariciaba, con lentitud, y por primera vez el baño se convirtiò en algo màs que eso. 

Al acostarse luego de ese memorable dìa en que fue elevada a Jefa del Consejo, recordaba con claridad como luego de ese memorable baño, algo cambiò entre ella y su tutora. Antes de ese dìa, la relaciòn entre ellas habìa sido aunque cercana, frìa y profesional. Pero desde allì, se volvieron ìntimas, de un modo que aùn años despuès a ella le costaba definir. Su tutora aprovechò cada oportunidad que tuvo en intimidad para abrazarla cariñosamente, engreírla con ternura, acariciarla en forma sutil pero intensa. Aùn en los castigos, supo imprimir una sensualidad que aunque tenue era notoria. Siempre la habìa castigado colocàndola sobre su pierna izquierda, con su rodilla entre sus muslos, pero ahora procuraba que su entrepierna estè en contacto contra la rodilla de ella, la que alzaba en medio de las nalgadas para hacer brotar màs aùn su trasero mientras que al hacerlo el clìtoris se frotaba contra la articulaciòn. 

El resultado es que ella terminaba llorando por los ojos y por la vagina. Y la tutora no terminaba los azotes hasta que no viera su rodilla hùmeda. De esa forma aùn la disciplina se convirtiò en un rito de amor y placer. Cuando en el corredor, la pescaba llegando tarde a clase o corriendo, cuando regresaba demasiado sucia o le ponías la pulsera roja de mala conducta, la frase “sus nalgas y yo vamos a tener una larga conversación antes de que ud. se acueste, niña” le disparaba una serie de sensaciones que la hacían sentirse húmeda y ansiosa. Pero a pesa de esto, nunca hubo una relación realmente impropia. Supuestos, esa era la palabra que se le venía a la mente. Supuestos. Nada más.

Cuando hacía dos años su tutora, la maravillosa mujer que la había pedido en su primera pasada, la propuso para el cargo a la muerte de una de las miembros, uno de las cosas que la habían hecho aceptar la candidatura fue volverse a encontrar con su antigua sinodal. Por respeto a su dueña, a ella jamás se le hubiera ocurrido buscarla a propósito, pero se dio cuenta que deseaba verla, pues la recordaba con cariño. Hubiera sido exagerado decir que la extrañaba, pero definitivamente no la había olvidado. Así que cuando la Logia local la eligió, lo primero que hizo fue pedir la lista de los miembros del Internado. Y allí comprobó que su antigua sinodal seguía trabajando, solo que ahora era la inspectora general, o sea la segunda al mando. “Bien por ella”, pensó.
  
Se encontraron en la entrada del Colegio una mañana de otoño. Ella había decidido mostrarse amable pero distante, pero ante el espontáneo y fuerte abrazo de su sinodal, todo intención de mostrarse como una funcionaria del consejo se vino abajo. La besó y sonrió ampliamente ante su cariñoso recibimiento. Ella la tomó de la mano, como años antes la tomaba para conducirla a todas partes y la llevó hasta la oficina de la Madre superiora. Allí, la presentó y se declaró orugullosa de ella, de su belleza, de su elegancia, de su título en leyes y  de su puesto en el consejo. Ella se sintió de nuevo como una estudiante que abochornada recibía halagos de sus mayores. Recuperándose un poco, pidió hablar con las dos mujeres sobre el principal asunto que la traía al Internado
Era el principio de la década del los veinte del siglo XX y un gigante estaba surgiendo allende el océano. Estados Unidos de América se había convertido en la primera potencia económica del mundo, dejando atrás a un golpeado imperio británico. Su dueña, había sido hija de uno de los más grandes abogados especializado en derecho marítimo de la Gran Bretaña, por lo que tenía muchos clientes americanos. Estos habían también departido socialmente con el abogado y su hija, que era su secretaria, así que esta había conocido a muchas de sus hijas, algunas de ellas hermosas lesbianas con las que había tenido más de una aventura. Se hizo amiga íntima de una de ellas y con el tiempo le presentó a esa a su nueva pupila, que en el futuro sería nuestra  Abogada.