jueves, 27 de octubre de 2016

Su apuro era para apoderarse de una vitrina colocada estratégicamente en el ala, esta sobresalía hacia el paseo lo que hacía que su ocupantes se luzca desde varios ángulos. Marg consideraba a Molly hermosa, su único defecto era su parloteo, pero este era controlable. “No se notará” pensaba ella. Así cuando la armera empezó a caminar sobre este increíble callejón lleno de vitrinas con hermosos tesoros en ellas, tuvo obligadamente que fijarse en Molly. Nuestra niña se había distraído pues había estado ya un buen rato dentro de la vitrina. Se estiraba para ver bien una moldura  en forma de flor que decoraba  el techo, así que no notó la aparición de la donante. Lo que esta vió pues fue un perfil impresionante, rostro, senos, piernas, nalgas, todas estas coronadas por la cabellera más roja que había visto en su vida. Molly estaba tan distraída que no se dió cuenta que alguien caminaba al pie de la vitrina de izquierda a derecha, no una sino dos veces. La armera quedó fascinada, ya que ante todas las otras vitrinas había tenido rostros que la veían y sonreían, pero que la hacían tener vergüenza de ver detalladamente los cuerpos a los que pertenecían. En el caso de Molly no pasó tal cosa, así que por primera vez en su vida contempló y disfruto del espectáculo visual de una mujer en flor. Una ideal le vino a la mente: “como si el diablo la hubiera tallado.” Por primera vez comprendió el poder de la belleza y porque la obsesión con reprimirla. 

Cuando Molly se dió cuenta que la observaban dio un respingo y procedió a una rápida venia, luego giró quizá demasiado rápidamente sobre si misma y mirando a la armera, se olvidó de sonreir y solo atinó a ver a su sinodal, cuyo rostro era una máscara impasible. Con el rabillo del ojo alcanzó a ver como se reían otras guardianas, lo que le causó más mortificación, lo que la hizo bajar la vista. Todo esto, tan diferente a las caretas sonrientes que había visto hasta ahora, llamó aún más la atención de la armera. Durante un rato se quedó también con la mirada baja, recordando cual era el siguiente paso a seguir. “Hablar con su tutora”, recordó. Así que giró y encontró la parada cuasimilitar de Marg y su rostro de esfinge.

“¿Qué le pregunto?” se decía a si mismo mientras se acercaba. Torpemente, señalando hacia la vitrina donde estaba Molly, preguntó “¿Cómo es ella?”. Marg tardó dos segundo en reaccionar, pues comúnmente estaba acostumbra a elegantes damas que con un aniñado acento decían “ahora querida, ¿puedes hablarme de la belleza de la vitrina 7?, la rubiecita, la que parece una galletita”, no esperaba una pregunta tan burda y dicha con ese acento de las montañas de Virginia. Pero solo dos segundos, en seguida con voz clara y contundente dijo:”la mejor de las chicas, aunque necesita una mano fuerte, pues como ve es una soñadora. Sabe inglés y francés (esto era una exageración), es buena en matemáticas (cierto) y a su edad ya ha leído más libros que yo (discutible).” La armera tenía los ojos muy abiertos mientras la oía, pensando que esa pobre niña tenía que soportar la disciplina que este sargento debía imponer. “Pobre criatura”, se decía, mientras que prenguntaba si podía hablar con ella. Marg se dignó a mirarla y respondió con el tono de tener que decir lo obvio: “solo golpee el vidrio, madam.”

Molly miraba angustiada la conversación que su tutora y la donante tenían. “Oh dios mío!, que torpe he estado, de seguro me he ganado una buena, hoy tendré que dormir boca abajo.” Cuando la armera se acercó y golpeó el vidrio cual si llamara una puerta, su alegría la hizo dibujar una amplia sonrisa en su cara. A la armera dicha sonrisa le recordó cuando en medio de un día nublado de repente sale el sol. Molly dió la vuelta y salió casi corriendo hacia el saloncito de reuniones, “quiere habar conmigo, quiere hablar conmigo” se decía emocionada. Cuando llegó al saloncito, se acicaló la bata, se arregló el cabello y esperó como le había indicado, quieta en medio de la habitación con las manos cruzadas atrás. Cuando la armera llegó esta la saludó con una reverencia y recordando todo lo que le habian enseñado la invitó a sentarse. 

Siguiendo las reglas de la casa, se sentó frente a la donante levantando la bata para que la piel de sus nalgas tocara el forro del sillón, abrió las piernas y colocó las manos con las palmas hacia arriba sobre sus muslos. Luego miró a su posible futura dueña y sonrió enseñando unos dientes blancos y perfectos. Si la armera tenía alguna duda, esto se disipó de inmediato, “esta”, pensaba, “es mi dulce compañera, la que he visto solo en sueños, cuando la humedad viene a mi en las noches de verano” en esos sueños nunca había visto su cara, pero la veía ahora y era hermosa.

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