jueves, 27 de octubre de 2016

En USA, no se necesitó mucho esfuerzo para conseguir alumnas. A pesar de que USA  durante la época de los veinte estaba en plena expansión económica, la miseria todavía era la constante en grandes barriadas de las grandes ciudades. Solo en Chicago en l.926 se registró la entrega a Servicio Social de más de 300 niños huérfanos de menos de tres años. Solo se necesitaba hablar con los padres de una menor y emitir un contrato de trabajo, darles dinero para que firmen y la menor se podía ir con el dueño del contrato tranquilamente. Cuando ellas veían las magníficas condiciones del Internado, su alto nivel de vida y la sólida educación que recibían, se olvidaban de sus padres y de su pasado. El personal fue recogido de correccionales americanas donde muchas mujeres languidecían en pésimas condiciones por su orientación sexual, Bastaba que la persona indicada hablara con el gobernador o con el jefe de prisiones y estas mujeres quedaban bajo tutela del que las contratara bajo la aprobación de la autoridad. Nuevamente, trabajar en un sitio como el lago Fairfield las hacía no querer nunca irse de allí. Profesoras y tutoras fueron encontradas en los clubs y bares de lesbianas, que aunque pocos y clandestinos, existían en las grandes ciudades americanas, en Nueva York, Chicago y San Francisco. Mujeres cultas, bien preparadas, la idea de trabajar en un sitio donde no se las persiga y margine les pareció un sueño. 

Nuestra chica americana estaba detrás de todo este gran esfuerzo, había organizado con esa energia que solo los americanos parecen tener: una logia, un consejo y finalmente un internado, exactamente al revés de como se lo había hecho en Europa. O, como Scott Fitzgerald lo dijo: “Europa y Amèrica son espejos una de otra, iguales pero al revès”. Pero ese entusiasmo y alegrìa, propios de lo que nuestra Flapper, como la llamaremos de ahora en adelante, terminó en Octubre de l.929. La economía occidental, que se había inflado como un globo, simplemente se reventó como uno y cual sucede a estos cuando revientan, pareció desaparecer. 

En un mes, se perdieron diez años de ganancias. Fortunas que habían costado cincuenta años en acumularse desaparecieron en días  y con estas todos los trabajos que habían generado. En mayo de l.930 el 40 % de la población americana estaba desempleada. El hambre y la desesperación empezò a cundir, unos 20 millones de personas perdieron sus hogares. Fue el peor desastre econòmico de la historia. Para nuestra flapper, fue el fin de las tres cuartas partes de su fortuna, pero aùn asì lo restante le alcanzaba para seguir considerándose rica, pero no alcanzaba para conservar el Internado. La reunión de la Logia Americana en el verano de 1.930 demostró que esta se haba reducido a al mitad. Y la mayoría de las miembros sobrevivientes declaró que no podían seguir aportando de la forma como lo habían hecho antes. 

La Flapper necesitó de toda su energìa y concentraciòn para lograr que el instituto sobreviva. Redujo todos los gastos a lo estrictamente necesario, desglosando el costo de hasta el último lápiz, de la ùltima tiza. Comprò libros usados, uniformes màs baratos, pero no renunció a la calidad de la comida, de la educaciòn y a las reglas que conformaban las columnas de la institución: una institutriz por cada niña, gimansia e higiene, disciplina y ternura. De alguna forma, el Internado Americano sobreviviò y en forma paradòjica, fue el instituto europeo que tuvo que acudir en ayuda de su hermano americano. Pero quien realmente salvò al Internado fue la nieta de uno de los legendarios fabricantes de armas americano. 

Excéntrica, altìsima, delgada,  hija de una mujer que había sido declarada legalmente loca y de un padre que no pronunciaba màs de seis palabras al dìa, nuestra recién llegada heroína no había mostrado durante su vida un comportamiento precisamente normal tampoco. No habìa nadie en este mundo que pudiera llamarse realmente su amigo, exceptuando un gigantesco vaquero que por alguna razòn era al ùnico que hablaba con naturalidad sin contestarle como acostumbraba con el resto de la gente con monosìlabos. Este la seguìa a todas partes como un guarda espalda silencioso, portando siempre una 44 de la marca de la casa de su patrona y viendo a todo el mundo como si tomara las medidas para el ataùd. Pero a la Flapper le bastò ver a la Armera, como llamaremos a esta extraña señorita, para darse cuenta que estaba ante una hermana. 

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