Cuando esa noche le tocò ir a la cama, mientras la desvestia como siempre antes de ponerle la pijama, su tutora sinodal le preguntò cual era el motivo de tanta alegrìa. Ella le respondiò que era por lo feliz que estaba su “amiga mayor” por su nueva dueña, que le habìa confesado que estaba enamorada de ella, que era amable y bondadosa, y que se habia reìdo tan alto porque ella le habìa dicho que algun dìa ella tambien se enamorarìa de alguien. Cuando se lo dijo, su tutora la habìa ya desnudado y la habìa cargado, colocando su mano derecha en sus nalgas, levantàndola mientras que con la otra le recogìa el cabello. Ella instintivamente la abrazò sobre los hombros para sostenerse y fue allì, aprovechando la cercanìa de su boca a su oìdo que le dijo: “es cierto niña, estàs hecha una belleza, en un par de años tendràs tu primera pasada y seguro que allì alguna gran dama te pide, ya no pasaràs las vacaciones conmigo sino con ella y en unos años te llevarà para siempre de aquì, de mi lado”. Esta ùltima parte la dijo con un dejo de voz triste, que a ella tambièn la puso asì. Mientras la bañaba, sintiò que cuando llegaba a sus partes ìntimas màs que bañarla la acariciaba, con lentitud, y por primera vez el baño se convirtiò en algo màs que eso.
Al acostarse luego de ese memorable dìa en que fue elevada a Jefa del Consejo, recordaba con claridad como luego de ese memorable baño, algo cambiò entre ella y su tutora. Antes de ese dìa, la relaciòn entre ellas habìa sido aunque cercana, frìa y profesional. Pero desde allì, se volvieron ìntimas, de un modo que aùn años despuès a ella le costaba definir. Su tutora aprovechò cada oportunidad que tuvo en intimidad para abrazarla cariñosamente, engreírla con ternura, acariciarla en forma sutil pero intensa. Aùn en los castigos, supo imprimir una sensualidad que aunque tenue era notoria. Siempre la habìa castigado colocàndola sobre su pierna izquierda, con su rodilla entre sus muslos, pero ahora procuraba que su entrepierna estè en contacto contra la rodilla de ella, la que alzaba en medio de las nalgadas para hacer brotar màs aùn su trasero mientras que al hacerlo el clìtoris se frotaba contra la articulaciòn.
El resultado es que ella terminaba llorando por los ojos y por la vagina. Y la tutora no terminaba los azotes hasta que no viera su rodilla hùmeda. De esa forma aùn la disciplina se convirtiò en un rito de amor y placer. Cuando en el corredor, la pescaba llegando tarde a clase o corriendo, cuando regresaba demasiado sucia o le ponías la pulsera roja de mala conducta, la frase “sus nalgas y yo vamos a tener una larga conversación antes de que ud. se acueste, niña” le disparaba una serie de sensaciones que la hacían sentirse húmeda y ansiosa. Pero a pesa de esto, nunca hubo una relación realmente impropia. Supuestos, esa era la palabra que se le venía a la mente. Supuestos. Nada más.
Cuando hacía dos años su tutora, la maravillosa mujer que la había pedido en su primera pasada, la propuso para el cargo a la muerte de una de las miembros, uno de las cosas que la habían hecho aceptar la candidatura fue volverse a encontrar con su antigua sinodal. Por respeto a su dueña, a ella jamás se le hubiera ocurrido buscarla a propósito, pero se dio cuenta que deseaba verla, pues la recordaba con cariño. Hubiera sido exagerado decir que la extrañaba, pero definitivamente no la había olvidado. Así que cuando la Logia local la eligió, lo primero que hizo fue pedir la lista de los miembros del Internado. Y allí comprobó que su antigua sinodal seguía trabajando, solo que ahora era la inspectora general, o sea la segunda al mando. “Bien por ella”, pensó.
Se encontraron en la entrada del Colegio una mañana de otoño. Ella había decidido mostrarse amable pero distante, pero ante el espontáneo y fuerte abrazo de su sinodal, todo intención de mostrarse como una funcionaria del consejo se vino abajo. La besó y sonrió ampliamente ante su cariñoso recibimiento. Ella la tomó de la mano, como años antes la tomaba para conducirla a todas partes y la llevó hasta la oficina de la Madre superiora. Allí, la presentó y se declaró orugullosa de ella, de su belleza, de su elegancia, de su título en leyes y de su puesto en el consejo. Ella se sintió de nuevo como una estudiante que abochornada recibía halagos de sus mayores. Recuperándose un poco, pidió hablar con las dos mujeres sobre el principal asunto que la traía al Internado
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Era el principio de la década del los veinte del siglo XX y un gigante estaba surgiendo allende el océano. Estados Unidos de América se había convertido en la primera potencia económica del mundo, dejando atrás a un golpeado imperio británico. Su dueña, había sido hija de uno de los más grandes abogados especializado en derecho marítimo de la Gran Bretaña, por lo que tenía muchos clientes americanos. Estos habían también departido socialmente con el abogado y su hija, que era su secretaria, así que esta había conocido a muchas de sus hijas, algunas de ellas hermosas lesbianas con las que había tenido más de una aventura. Se hizo amiga íntima de una de ellas y con el tiempo le presentó a esa a su nueva pupila, que en el futuro sería nuestra Abogada.
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