viernes, 4 de noviembre de 2016

Cuando Molly se separó de la armera, corrió para encotrarse con Marg. Fue detenida a medio camino por la tutora Higgings, quien no dudó en arrimarla a la pared  y levantándole la batita le dio una buena docena de nalgadas. “Las niñas educadas no corren, caminan con garbo. Ud. no es un muchacho para que ande como cabra loca por alli!” Molly sintió como las mejillas de su trasero emezaban a arder, pero se consoló pensando en todo lo bueno que había pasado. Terminado el castigo, después de un jalón de orejas, la dejaron ir. Caminó lo más rápido posible y encontró a su Marg sentada en el banco a la entrada del ala donde estaba su dormitorio. La emoción la hizo correr nuevamente y se lanzó a abrazar a su sinodal. 

Esta como siempre la recibió con regaños, pero devolvió su abrazo. “señorita, por dios!, las niñas no corren, que vergüenza!”. Molly empezó a contarle a Marg todo, su confusión al principio, su emoción al final, el hecho de que había encontrado una tutora que la cuidaría en los años más difíciles de su vida, y lo principal, que era una mujer de la cual enamorarse y amar sería fácil. Hablaba a una velocidad y con una intensidad que obligó a Marg a pedirle que respire, que se calme. Fue entonces cuando pudo observar bien a su tutora y se dio cuenta que había llorado. Cuando se lo preguntó, Marg pareció indignarse, ¿llorar ella?, bah! Era el viento que le había irritado la vista, inmediatamente la tomó de la mano y la llevó a la habitación mientras le decía que que era eso de estar vestida así, medio desnuda en el dormitorio. 

Pero para Molly era innegable que su Marg había llorado, ¿por qué?, ¿se alegraba por ella? ¿o estaba triste porque ya no serian solo las dos?. No se atrevió a preguntar. Cuando la desvisitió preguntó indignada el porque de esas nalgas rojas, Molly haciendo pucheros le contó que había corrido y que la había pescado la tutora Higgins. Refunfuñando, Marg le dijo que debería castigarla ella también por eso, pero que lo dejaba pasar ya que le habían dado una buena. Mientras la vestía con el uniforme diario la oyó refunfuñar diciendo por lo bajo de la Higgins era una salvaje. 

Marg sospechaba que Molly iba a ser objeto de mucha atención por parte de las otras tutoras. Su “niña rara”, su “extrañita”, la “especial” como la llamaban con medias sonrisas las otras sinodales había cazado a la gran ballena blanca. Le tocaba el turno ahora a ella de sonreir a medias; aunque no lo diría ni lo daría a notar estaba reventando de orgullo, su Molly era pupila de nada menos la heredera del imperio de los revólveres y rifles. Ja!, tendrían que pasar muchos años, toda una generación para que alguien de un golpe semejante. Sentía también tristeza por que ahora pasaría menos tiempo con ella, pero así debía ser. Cuando terminó de vestirla al verla allí con su pelo alborotado, sus pecas y su sonrisa no pudo contenerse: la abrazó y la besó en la mejilla, con fuerza, mientras le decía: “Tú eres mi orgullo!”. Era la primera vez que la tuteaba, que la abrazaba así y que la besaba. A Molly se le llenaron los ojos de lágrimas, mientras le decía que la quería muchísimo y que nunca olvidaría todo lo que hizo por ella. Recuperándose de este momento emocional, Marg le limpió las lagrimas y le recordó que era hora de ir  a clases, mientras le sonreía ampliamente, lo que hizo que ella llorara más. Al salir, cuando se cruzaron con otras sinodales con sus pupilas, oyó la voz alta de Marg que le decía: “...y donde te vuelvo a pescar corriendo, te daré el doble de las nalgadas que te acabo de dar, asi llores como ahora.”  Molly estuvo a punto de reirse, pero se controló y respondió con un “si señora”.

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