martes, 8 de noviembre de 2016

Se les hacia aprender el andar garboso, lento y elegante de una dama aunque se les enseñaba gimnasia y deportes de contacto,  se les mostraba como debería funcionar el mundo y como realmente funcionaba el mundo. Esta duplicidad, repetida una y mil veces en todas sus actividades, la constante presencia de una sinodal que aleccionaba, regañaba y cuidaba durante todo el tiempo, las moldeaba como dóciles alumnas pero completamente conscientes de su posición. Eran la èlite, una élite secreta que vivía en un mundo secreto. Estaban ellas, las alumnas, que tenían sus leyendas y reglas no escritas, las tutoras sinodales, que vivían entre ordenes dadas en voz alta a las chicas y susurrros cuando hablaban entre ellas. Estaban las profesoras, que aunque periféricas, eran determinantes en la formación de este tipo especial de mujer, estaban las bedeles, cocineras y camareras que nunca hablaban, pero que todo lo veían  y todo lo sabían. Y encima de todo esto, la madre superiora y la inspectora general, que cual diosas parecían estar en todas partes. 

Olga y Tatiana eran felices en ese ambiente. Reglas claras, trabajo continuo, tierna amistad juvenil, todo esto llenaba más que satisfactoriamente la vida de las chicas. Pero este año era especial: les tocaba su primera pasada. Esto prácticamente les quitaba el sueño. No sentían angustia, sino expectación y por que no, un poco de temor. Temor a no gustarle a nadie, que nadie les guste y aún existía la posibilidad de las dos cosas juntas. Y la expectativa era por esa cosa de la cual este año sin querer habian recibido abundante información: el sexo.

Todo había empezado en los primeros días de el primer trimestre, el de primavera, le llamaban. Se había vuelto ha abrir el área que colindaba a el ala donde estaban las  aulas de música, un pequeño jardín que daba a un terraplén de unos tres metros de altura con una pendiente de unos 45°. A ellas les gustaba ir allí porque pocas alumnas iban allí. Sus tutoras no hacían problema por esto, la vista era preciosa y habían cómodos bancos de madera y a ellas les permitía conversar sin que nadie las oiga. Habían cosas que solo se contaban la una a la otra, como sus fantasías sobre su pareja ideal, quién era de sus compañeras la que audazmente se masturbaba y otros chismes de su pequeño mundo colegial. Ese día les dio por pararse al pie del terraplén y empezaron a caminar por el borde, casi de inmediato sus sinodales les advirtieron en alta voz que se alejaran de allí, a lo que ambas respondieron al únisono:”Si señora!”, y se alejaron un par de metros, pero seguían caminando y hablando, tan emocionadas que no se dieron cuenta que ese movimiento las había desorientado y en vez de caminar paralelas al borde el terraplén estaban caminando en dirección a él.

La primera en perder el equilibrio fue Tatiana, que braceó inútilmente buscando donde sostenerse, lo que provocó la respuesta instintiva de Olga, que intentó sostenerla, con el resultado que se vió arrastrada por ella. Rodaron o mejor dicho rebotaron hacia abajo unos cuatro metros y tuvieron la suerte de haber caído en línea con un arbusto al cual quedaron enganchados. Allí lograron un poco volver a enfocarse pues su sentido de equilibrio y orientación quedó en cero por las volteretas, a lo lejos oyeron los gritos de las sinodales y después de un momento, los brazos de estos que las recogían. Estas habian bajado el terraplén sentadas y a gatas hasta llegar donde ellas, donde las revisaron para medir sus heridas. En sí no se habían hecho mayor daño, pero el arbusto las había arañado en el rostro, brazos y piernas, así que prácticamente sobre las espaldas de sus cuidadoras y estas a gatas, salieron de allí con poco más que un susto. 

Las llevaron cargadas a la enfermería, en medio de la conmoción de los que las rodeaban, pues los rasguños eran visibles y algunos sangraban. A medio camino, se encontraron con la enfermera, que rápidamente las acompañó al dispensario, donde hizo acostar a las heridas, hizo salir a todos los curiosos y cerró la puerta. A esas alturas, Tatiana y Olga estaban llorando, más que por el dolor  de las heridas o la proximidad de una curación dolorosa, sino por la cara que veían en sus sinodales: si las miradas pudieran matar, ellas estarían muertas. La enfermera limpió (doloroso), desinfectó (más doloroso) y luego de poner en varias partes partes pomadas desinflamantes, procedió a vendar y cubrir los rasguños más profundos. Su diagnóstico finalmente fue:”las niñas están bien, no les quedará cicatrices si no se rascan y se cuidan las heridas, no tienen chichones por lo que los golpes en la cabeza no fueron graves”. Cuando terminó de hablar, las sinodales volvieron a respirar. 

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