martes, 8 de noviembre de 2016

Después de un leve forcejeo, Dasha en voz baja siguió:”me lo mete por… detrás”. Mila, asombrada preguntó:”en serio? Qué se siente?” después de un rato de pensarlo, Dasha dijo;”bien, o sea, raro en un principio, pero después bien”. Mila le dijo, que su amante también le tocaba el “huequito” de atrás, pero que hasta ahora, además de acariciarla allí no la había penetrado. Dasha, bajando la voz, le dijo que no se sorprenda si se lo hacían, le contó que había hablado con una alumna del último año y que esta le había dicho que todas las dueñas gustan de “encular”, así lo había dicho ella, a las chicas. “Nooo!” respondió Mila, “quién lo diría!”. Ambas chicas se rieron a carcajadas, lo que provocò una llamada de atenciòn de alguna de sus sinodales, que se oyò lejos pero clara. Recuperando la compostura, ambas caminaron en direcciòn de la voz con mando. 

Tatiana y Olga quedaron conmocionadas, en algún momento mientras escuchaban la conversación se habían dado la mano y terminaron apretándosela fuertemente. Aunque ambas sabian que al aceptar el tutelaje  significaba que quien se convirtiera en tutora sería su dueña, de su cuerpo y de su destino, la idea que tenìan de què significaba exactamente eso les era vaga. Sus sueños estaban llenos de nociones romànticas de damas amables que las besaban y les juraban amor, que las llenaban de presentes o las regañaban dulcemente. No habìan pensado en sì en que consistía el acto sexual entre mujeres. Aunque en las clases de ciencias les enseñaban principios de anatomía, donde se les explicaba claramente que el conducto vaginal era para ser penetrado, no se les había ocurrido que realmente podìa ser penetrado ni como. Respecto a la funciòn eròtica que el ano podía tener, para ella era un descubrimiento novísimo, que las dejò confundidas y excitadas.

Sus sinodales no les sacaban la mirada de encima, pero era notorio que no se habìan dado cuenta de lo que habìa pasado, asi que ambos se quedaron asì, juntas y fuertemente agarradas de la mano, mientras oìan su respiracìòn, que se habìa vuelto profunda y acompasada. Aùn asì, no dieron a notar su conmociòn y despuès de cierto tiempo, ya màs tranquilas, aflojando lentamente sus manos, empezaron a conversar. Olga fue la primera en hablar:”Cuidado con reirte como tonta, si lo haces te llamaràn y preguntaràn que pasa y tù mujer, eres pèsima mentirosa”. Tatiana se atragantò y aguantò la sonrisa nerviosa que subìa por la garganta. “Hablemos de otro tema”, le aconsejò Olga, “al mediodìa cuanto tengamos la hora libre, en los jardines caminaremos y comentaremos del tema, ya se nos ocurrirà algo para contar si nos interrogan”. Tatiana afirmò y hundiendo los labios, procurò poner el rostro màs impasible que pudo, mientras escuchaba que Olga empezaba a contar que la tarea de alemàn estaba demasiado larga. Tatiana, para la cual el alemàn era un grave problema, puso cara de tragedia y participò de las quejas de su amiga. Para sì mismo, se dijo que gracias a Dios, Olga pensaba ràpido y era decidida.

Olga habìa nacido en Vladivostock, al finalizar una de las epopeyas menos conocidas y màs extraordinarias de la historia, la retirada del ejèrcito ruso blanco de los Urales a través de toda Asia por el ferrocarril transiberiano. Unos 7.000 hombres con unas mil familias, en su mayorìa de los oficiales, cruzaron la màs grande masa terrestre de oeste a este hasta alcanzar la costa rusa del Pacìfico. Unas cinco mil almas lograron su objetivo embarcándose en viejos barcos de vapor y vela para intentar llegar a Europa vìa Shangai, Hong-Kong, Singapur, Calcuta, Bombay, Adèn, el canal de Suez y finalmente Marsella. Durante todo el viaje por tierra fueron hostigados por las tropas rojas, por bandidos y nòmadas. En el viaje por mar, las condiciones fueron deplorables: altos oficiales y nobles damas hicieron el trayecto hacinados en bodegas sin ventilación, subiendo a cubierta unicamente para hacer una humillante cola para recibir una sopa aguada y una hogaza de pan viejo. Pero allì, la madre de Olga habla sobrevivido y habìa hecho sobrevivir a sus cuatro vàstagos, dos varones y dos niñas, una recién nacida, nuestra Olga. 

Cuando llegaron a Marsella, la madre de Olga habìa sacado de el forro de su vestido su màs grande tesoro: la diadema de su madre, de diamantes y los anillos de su tìa, que muriò soltera, que eràn de brillantes y esmeraldas. Los habìa conservado obstinadamente por miles de kilòmetros hasta que se
dio cuenta que era la hora de usarlos, así que acudiò a un joyero italiano residente que le ofreció por ellas bastante menos que lo que valían y aún así, ella se sintió afortunada. Con ello pudieron, alquilando una humilde pieza en un chalet bajo en el barrio de la ciudad donde vivìan los armenios, que estaba lleno de rusos ahora tambièn, sobrevivir unos años. Pero el padre de Olga era demasiado orgulloso para trabajar en lo que hubiera podido trabajar para sobrevivir. El capitàn, descendiente de un general de los ejèricitos rusos que pelearon contra Napoleòn, solo servìa para soldado y aunque su educaciòn y francès eran excelentes, apenas si podìa conseguir empleos momentáneos de vez en cuando. Finalmente, había conseguido un puesto de oficial de puerto en un pequeño buque mercante en el cual le pagarían al final del viaje. Así lo explicó a su mujer, que como mujer de esa época, asintió y aceptó. 

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