Marg pareció ignorar el hecho que las dos mujeres que entraron estaban sonrojadas, con una ligera capa de sudor en su frente y sobre el labio superior. Empezó ha hablar sobre el baño, la necesidad de la higiene más absoluta para prevenir enfermedades, etc. Aunque consciente que hablaba como un folleto guía del instituto, procuró dar a su voz ese tono impersonal pues pronto tendría que tocar temas más delicados. Le explicó que la bañera era de bronce con un recubrimiento de esmalte para evitar que se enfríe demasiado y que los cuatro tapetes negros eran de caucho, pedazos de neumáticos donde la niña apoyaría manos y pies, pues la bañaban sobre sus cuatro miembros. Explicó que este era el modo más efectivo de baño, cual se bañara una yegua. De esa forma se tenía acceso a cualquier parte de su cuerpo y se le podía pedir en todo caso que se virara en caso de querer lavar mejor alguna.
Hizo recalque que para mayor efectividad se usaba una manguera, acortando el tiempo de enjuague evitando cualquier resfrío. Le advirtió que debía tener cuidado con la cara, que debía ser lavado con cuidado, que por ningún motivo debía permitir el contacto del chorro con los oídos ni en general con cualquier orificio del cuerpo de Molly, como el ano y la vagina. Estas, explicó con la mismo tono de voz impersonal, debían ser lavadas con cuidado y de ninguna forma el jabón debía entrar en el interior de ninguna. El pelo se debía mojar, pero no lavar con jabón, sino con un enjuague especial que se llamaba shampoo. La armera levantó las cejás mientras preguntaba:”¿francés, verdad?” a lo que Marg contestó que la palabra era de origen quechua, el idioma de los indígenas de la costa occidental suramericana.
Explicó que era una mezcla de hierbas, que dejaba el pelo limpio, oloroso y con cuerpo, siendo producido en fábricas de New York. Luego le dijo que el ano y la vagina de Molly eran limpiados una vez cada tres meses, el primero con enemas y el segundo con duchas vaginales, pero ya que Molly “iba a tener actividades diferentes de ahora en adelante” quizá convendría pensar en aseos mensuales. Mientras Marg se explayaba explicando otros detalles, Molly había ya ocupado su posición en la bañera y miraba a la armera esperando. Esta al principio no parecía saber por donde empezar, pero después de suspirar se sentó en un pequeño banco ubicado al pie de la bañera y tomando la manquera conectada a la llave maniobró para que saliera el agua a una temperatura un poco más alta que el ambiente y empezó a bañar a su amor.
Fue una tarea agradable, mientras pasaba un jabón verde (de lavanda) sobre el bello cuerpo, disfrutando el contacto con el mismo. Se entretuvo lavando, enjabonando y enjuagando pechos, piernas, espaldas, brazos y una maravillosa grupa, que se alzaba como invitándola a concentrar toda su atención allí, lo que ella hizo encantada. Molly, inusualmente callada, daba respingos y emitía pequeños chillidos cuando las manos de su dueña tocaban partes sensibles de su cuerpo, como el interior de sus muslos, donde tenía cosquillas, sus axilas, la parte posterior de su cuello y, donde empezó a chillar más alto, sus pies. Cuando la armera llegó a su entre pierna, se quedó callada, con la boca semiabierta, los ojos semicerrados sintiendo y disfrutando cada sensación que emitían esas manos y esos dedos que de ahora en adelante serían los amos de su cuerpo.
La armera se maravilló de ese pequeño orificio, del esfínter que lo rodeaba. Era más oscuro que el resto de la piel y le recordaba a una estrella de mar de muchos brazos, igual a las que ella habiá visto en el acuario de Filadelfia. Le maravilló esa vagina, que se hinchó y brotó cuando la lavaba. Se guardó de hacer resbalar sus dedos entre los labios, eso lo reservaría para más tarde. Y para hacer lugar más su placer, dijo que por ser primera vez no lo había lavado bien del lado contrario, así que le pidió a Molly que se diera la vuelta, lo que hizo mientras la miraba sonriendo. Se volvió a repetir el preceso, disfrutando ella y Molly de nuevo. Luego, supervisada por Marg que procuraba estar parada siempre en un punto ciego para la armera evitando que su presencia la pusiera nerviosa, lavó con esa especie de exótico jabón líquido la flama que cubría la cabeza de su amada, enjuagándola después con ternura y lentitud. Al finalizar, la hizo sentarse en la tina, para limpiarle con cuidado la cara y con una pequeña esponja las orejas.
Toda ansiedad había desaparecido, la actitud sumisa de Molly lo había hecho facil y no había que olvidar la ayuda de Marg, que con su actitud de “todo esto es absolutamente normal” habia lubricado una situación que hubiera resultado mucho más violenta de otra forma. Seguía explicando que una vez terminado el baño, la niña debía ser secada completamente con la toalla de cuerpo entero que estaba sobre la mesita y de allí, evitando que sus pies toquen el suelo, debía ser cargada a la cama, donde debía ser en cremada y perfumada. Le recordó que las mujeres sufrían de irritación entre los pliegues de los muslos y del pubis, que el perfume debe ir en muñecas y codos, debajo de los senos, detrás de las orejas y parte superior del pubis y parte baja de las nalgas. Le recordó que los domingos a las alumnas se les permitía almorzar vestidas con ropa casual, así que ella le señaló el armario a la derecha. “Debe vestirla ud. así que ud. escogerá la ropa” y dicho esto, salió discretamente. Por primera vez, Molly y la armera estaban a solas en un dormitorio.
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