martes, 8 de noviembre de 2016

Molly había tenido orgamos antes: a pesar de que uno de los delitos más graves dentro del Internado era la masturbación, en alguna ocasión cuando el sueño no acudía ella se sobó suavemente su “cosita”, como era el nombre que las chicas daban a sus órganos genitales, hasta que sintió que llegaba la lluvia. Esta, como una tormenta de verano, anunciaba su cercanía con lejanos truenos primero, que iban aumentando  en intensidad hasta que la lluvia caía. Luego esta menguaba, pero la dejaba con una tranquilidad que se materializaba en un profundo sueño Sabía que si la pescaban o que si Marg entrando le olía las manos y detectada el olor a mar, lo que le esperaba era el cepillo y una paliza memorable. Así le había pasado a Rose, su compañera rubia de ojos verdes. Pescada in franganti, su tutora la castigó tres días seguidos. La pobre Rose lloraba cada vez que se sentaba y en el vestidor, antes de la clase de gimnasia, mostró los resultados del castigo a sus horrorizadas compañeras: las nalgas de Rose estaban llenos de verdugones morados.

Pero este orgasmo no se pareció a ninguno que había tenido. Llegó como un chubasco de primavera, de repente y sin avisar. Tomada por sorpresa, Molly gimió, casi gritó e intentó tomar la mano de su amante, pero esta de forma instintiva supo que no tenía que parar, así que ignoró el esfuerzo de Molly y siguó acariciando, con más fuerza aún. Para sorpresa de la muchacha, el chubasco aumentó de intensidad, lo que la hizo realmente gritar, para luego volver ha aumentar, lo que hizo que el grito se convirtiera en un largo gemido. Se abrazó a su amante y por fin comprendió de que hablaba Shekespeare al referirse a la “pequeña muerte”. Realmente parecía su espíritu no aguantaba más y pugnaba por salirse de su cuerpo. Finalmente, la tormenta empezó ha amenguar, pero la dejó tan débil que tuvo que quedarse abrazada de su dueña..

Esta estaba feliz, “le he hecho el amor, realmente con amor le he dado placer. !Qué maravilloso es esto!”, se decía, mientras abrazaba a su muñeca, la acariciaba y la calmaba. Se llevó su mano a la nariz y aspiró el maravilloso olor de mujer. No le importaba no haber ella tenido su orgasmo, el hecho de haberlo provocado en el objeto de su pasión la llenaba de una satisfacción que nunca había sentido. Volvió a besar a su amada, sonriendo por la cara de desmayo que esta tenía. Entonces, aunque se hubiera quedado allí con ella hasta el fin de los tiempos y hubiera repetido mil veces la experiencia, recordó lo que habia prometido respetar y se dio cuenta del porque de esas reglas. “Es lo mejor, que nos encontremos de a poco, con supervisión. Marg es formidable, es una mujer honrada que se gana su sueldo. Debo seguir los consejos de ella y las leyes del Internado. Ella tenía razon, la gran ganadora de todo esto es Molly”.

Despacio, la volvio a poner en la cama y tomó los afeites y cremas para acicalarla. Le colocó crema en la unión de las piernas con el cuerpo y en los plieges posteriores a las rodillas, en las axilas y en el cuello y  en surco dorsal, donde jugó un momento con su anito. Molly se dejaba hacer, con los ojos semicerrados por la sensación agotadora de su reciente orgasmo. Luego le puso perfume en la parte posterior de las orejas, en codos y muñecas, en la parte superior del pubis y al hacer esto besó la bella vagina y finalmente en la parte baja de las nalgas, a las cuales obsequió con una palmada a cada una, que hizo que Molly se quejara y la mirara con ojos de reclamo.

Luego al abrir el armario fue Molly quien se irguió y con los ojos muy abiertos preguntó;”De donde salió esa ropa!?”. Entonces ella, que no acostumbraba ha hablar más de cinco palabras juntas, le explicó que las habia pedido vía telégrafo a Burlington, a la tienda general que había allí. “Tienes dos conjuntos nuevos, uno azul y otro amarillo, creo que empezaremos con el amarillo”. Vistio a una emocionada Molly, que le daba las gracias y un beso, que la besaba y le daba las gracias, mientras admiraba su nueva ropa, lazaba exclamaciones de emoción, la abrazaba y le decía que era maravillosa. Se movió tanto que la mayor tuvo que darle un par de nalgadas para que se esté quieta, cosa que lo logró por cinco segundos. Resignada ante tal despliegue de hiper actividad, la armera terminó de vestirla, encantada de sus arrumacos.

Al salir, Marg las esperaba, sentada en un banco que colindaba con el corredor. La armera tuvo que admirar su constancia, ¿cuánto habían demorado allí adentro?, sin embargo, no había rastro de impaciencia o cansancio. Le recordó que luego del almuerzo tendrían toda la tarde libre, recomendándole un paseo por el lago, que era muy hermoso en esa época del año, insistiendo que tenían que conversar, conocerse. Le pidió hacer un esfuerzo, sabía que la conversación no era su fuerte, pero necesitaba que Molly se familiarice con ella lo más posible. La idea, le recordó, eran que pasen juntas por el resto de su vida y para lograr esto primero debían conocerse, no volverse amigas, en el sentido clásico, porque ella era la dueña y la menor era su pupila, pero debían tener una familiaridad que las hiciera comprenderse sin hablar. “¡sin hablar!, ¿Molly?”, pensó para si misma la armera, sin embargo asintió mientras que conducía de la mano a Molly al comedor.
Mientras el Internado americano lograba estabilidad, el europeo pasaba por una crisis tras otra. Se habìa perdido para el mundo occidental el Imperio Ruso, que tenìa ahora el extraño nombre de Uniòn de Repùblicas Socialistas Sovièticas. A la abogada, este nombre le sonaba a compañìa naviera, por lo que, junto a medio humanidad, se negaba a usarlo. Para ella seguirìa siempre siendo Rusia, sus habitantes, sean ucranianos, georgianos, armenios, chechenes, crimeanos, kazakos, etc. serian siempre siendo simplemente rusos. Y de estos estaba repleta Europa, rusos blancos los llamaban, eran antiguos nobles, industriales, terratenientes, burócratas a los cuales la revolución de 1.917 les habìa arrebatado todo. Estaban en la indigencia, pero aùn conservaban los genes de generaciones de vida privilegiada por que su prole, en especial sus hijas, eran unas bellezas. 

Muchas de ellas se entregaron a la prostitución, única forma por la cual podrìan sobrevivir, ya que en esa época las mujeres tenìan cuatro alternativas en su vida: esposa y madre, religiosa, solterona que vivía bajo la sombra de algún pariente compasivo y prostituta. Ante tales limitadas posibilidades muchas evitaban la depresiva idea de unirse a un hombre inferior que las arrastre a una vorágine de descenso social, preferían la pobreza digna de la monja o la independencia de una meretriz. Y algunas afortunadas tuvieron  la visita de una de las agentes del Internado. 

Asì, a mediados de la dècada de los treinta, el Internado europeo estaba repleto de rostros eslavos. Bellezas altìsimas rubias, ojos claros y de piel pálida caminaban por sus corredores en medio de risas y chistes. Estas habìan sido entregadas bajo legal tutelaje a la institución, que las adquiría con el ùnico compromiso de colocarlas como protegidas de damas de buena posición económica. Costo de adquisiciòn de las chicas: cero. Educadas para que sean perfectas sumisas, también se les instruía sobre sus derechos: nunca harìan labor domèstica aunque se les enseñaba a cocinar, siempre tendrìan un armario con ropa del año aunque se les enseñaba a cocer y tejer, nunca trabajarían para mantenerse aunque se las acostumbraba a levantarse con el sol y a estar ocupadas todo el dìa hasta acostarse.

Se les hacia aprender el andar garboso, lento y elegante de una dama aunque se les enseñaba gimnasia y deportes de contacto,  se les mostraba como debería funcionar el mundo y como realmente funcionaba el mundo. Esta duplicidad, repetida una y mil veces en todas sus actividades, la constante presencia de una sinodal que aleccionaba, regañaba y cuidaba durante todo el tiempo, las moldeaba como dóciles alumnas pero completamente conscientes de su posición. Eran la èlite, una élite secreta que vivía en un mundo secreto. Estaban ellas, las alumnas, que tenían sus leyendas y reglas no escritas, las tutoras sinodales, que vivían entre ordenes dadas en voz alta a las chicas y susurrros cuando hablaban entre ellas. Estaban las profesoras, que aunque periféricas, eran determinantes en la formación de este tipo especial de mujer, estaban las bedeles, cocineras y camareras que nunca hablaban, pero que todo lo veían  y todo lo sabían. Y encima de todo esto, la madre superiora y la inspectora general, que cual diosas parecían estar en todas partes. 

Olga y Tatiana eran felices en ese ambiente. Reglas claras, trabajo continuo, tierna amistad juvenil, todo esto llenaba más que satisfactoriamente la vida de las chicas. Pero este año era especial: les tocaba su primera pasada. Esto prácticamente les quitaba el sueño. No sentían angustia, sino expectación y por que no, un poco de temor. Temor a no gustarle a nadie, que nadie les guste y aún existía la posibilidad de las dos cosas juntas. Y la expectativa era por esa cosa de la cual este año sin querer habian recibido abundante información: el sexo.

Todo había empezado en los primeros días de el primer trimestre, el de primavera, le llamaban. Se había vuelto ha abrir el área que colindaba a el ala donde estaban las  aulas de música, un pequeño jardín que daba a un terraplén de unos tres metros de altura con una pendiente de unos 45°. A ellas les gustaba ir allí porque pocas alumnas iban allí. Sus tutoras no hacían problema por esto, la vista era preciosa y habían cómodos bancos de madera y a ellas les permitía conversar sin que nadie las oiga. Habían cosas que solo se contaban la una a la otra, como sus fantasías sobre su pareja ideal, quién era de sus compañeras la que audazmente se masturbaba y otros chismes de su pequeño mundo colegial. Ese día les dio por pararse al pie del terraplén y empezaron a caminar por el borde, casi de inmediato sus sinodales les advirtieron en alta voz que se alejaran de allí, a lo que ambas respondieron al únisono:”Si señora!”, y se alejaron un par de metros, pero seguían caminando y hablando, tan emocionadas que no se dieron cuenta que ese movimiento las había desorientado y en vez de caminar paralelas al borde el terraplén estaban caminando en dirección a él.

La primera en perder el equilibrio fue Tatiana, que braceó inútilmente buscando donde sostenerse, lo que provocó la respuesta instintiva de Olga, que intentó sostenerla, con el resultado que se vió arrastrada por ella. Rodaron o mejor dicho rebotaron hacia abajo unos cuatro metros y tuvieron la suerte de haber caído en línea con un arbusto al cual quedaron enganchados. Allí lograron un poco volver a enfocarse pues su sentido de equilibrio y orientación quedó en cero por las volteretas, a lo lejos oyeron los gritos de las sinodales y después de un momento, los brazos de estos que las recogían. Estas habian bajado el terraplén sentadas y a gatas hasta llegar donde ellas, donde las revisaron para medir sus heridas. En sí no se habían hecho mayor daño, pero el arbusto las había arañado en el rostro, brazos y piernas, así que prácticamente sobre las espaldas de sus cuidadoras y estas a gatas, salieron de allí con poco más que un susto. 

Las llevaron cargadas a la enfermería, en medio de la conmoción de los que las rodeaban, pues los rasguños eran visibles y algunos sangraban. A medio camino, se encontraron con la enfermera, que rápidamente las acompañó al dispensario, donde hizo acostar a las heridas, hizo salir a todos los curiosos y cerró la puerta. A esas alturas, Tatiana y Olga estaban llorando, más que por el dolor  de las heridas o la proximidad de una curación dolorosa, sino por la cara que veían en sus sinodales: si las miradas pudieran matar, ellas estarían muertas. La enfermera limpió (doloroso), desinfectó (más doloroso) y luego de poner en varias partes partes pomadas desinflamantes, procedió a vendar y cubrir los rasguños más profundos. Su diagnóstico finalmente fue:”las niñas están bien, no les quedará cicatrices si no se rascan y se cuidan las heridas, no tienen chichones por lo que los golpes en la cabeza no fueron graves”. Cuando terminó de hablar, las sinodales volvieron a respirar. 
La responsabilidad que  ellas tenian al cuidar a sus pupilas era total, cualquiera herida o lesión que sufrieran sus niñas les sería totalmente impugnadas a ellas. Una cicatriz sería considerada una catástrofe que podría provocar hasta el despido de la cuidadora, además, estaba el hecho que el
costo de la curación de la pupila era descontado del sueldo de la sinodal, además de una multa que por contrato podía llegar al 33% del total y no solo eso: todo el mundo sabía que la madre superiora era la única que tenía la potestad de azotar a las alumnas con una correa en el trasero desnudo, pues ese mismo tipo de disciplina ella no dudaba de aplicarla a sus subordinadas, maestras y sinodales. Si a muchos de los que leen esto, hijos del siglo XXI, les parecerá ridículo o increíble, solo les recuerdo que los azotes se aplicaron a personas adultas de la servidumbre hasta la década de los cincuenta, en las prisiones se prohibió azotar a los reos de ambos sexos hasta los setenta. Y hablo de la civilizada Europa. 

Así que, a pesar de tranquilizarse, volvieron a preguntar:”¿está segura que están bien?” a lo que la enfermera respondió haciendo un último examen, examinado las pupilas, con luz primeo y luego haciéndolas seguir su dedo índice, al terminar dijo:”cien por ciento segura”. Entonces, con cuidado, bajaron a las chicas de las camillas y llevándolas hasta dos muebles que se encontraban frente a estas, cómodo sofás que podían ser usados como camas de acompañantes, procedieron a bajarles la ropa inferior, para colocándolas sobre la rodilla izquierda, haciéndolas apoyar al respaldo del mueble, procedieron a encajar su muslo en medio de las piernas de estas, provocando que el cuerpo de las niñas se curvaran brotando las nalgas. Y allí, ignorando las súplicas de piedad y las declaraciones de inocencia, procedieron a nalguear con fuerza y ritmo las mejillas inferiores de sus protegidas. 

Lo primero que le enseñan a una sinodal es que el castigo no debe ser aplicado estando ella enojada, puede aparentarse enojo para infundir temor, jamás miedo, pero el castigo debe hacerse con la cabeza fría. Pero esta vez estas sinodales estaban enojadas, con el enojo que provoca el miedo, porque realmente se habían llevado un susto de muerte cuando vieron a sus traviesas caer. Así que demoraron unas 25 extra fuertes nalgadas en detenerse primero una, después la otra y procurar tranquilizarse. Para entonces, Tatiana y Olga estaban llorando a moco tendido, mientras repetían como en una letanía las mismas súplicas y ruegos; tenían las nalgas ya de un color rojo y sus ojos buscaban los de sus sinodales esperando lograr clemencia. 

La sinodal de Tatiana fue la primera en calmarse y juzgó la situación, la lección debía recordase, debían aprender a cuidarse y no debía ni ocurrírseles acercarse de nuevo a ese sitio, así que reanudó el castigo e ignoró el aullido que brotó de la garganta de su niña. “!Silencio o recibirás el doble!”, sentenció con voz alta, por lo que Tatiana procuró controlarse, bajando la fuerza de sus quejidos. Entonces la sinodal de Olga reanudó también el castigo y el llanto de Olga se unió a la letanía de dolor. Los azotes, rítmicos iban en serie de cinco: primero en la parte superior de las nalgas uno en cada una, después uno en cada parte inferior y finalmente uno que debía impactar en la unión del surco dorsal con la vagina. La sinodal de Tatiana contó cinco series antes de parar y la sinodal de Olga , que procuraba apoyar a su compañera hizo lo mismo.

Recibieron la orden de ponerse de pie recordándoles que estaba prohibido frotarse las nalgas después de un castigo. Ambas, que sentían que tenían el trasero enorme, se pararon llorando descontroladamente.  Ambas se acercaron a sus sinodales, que tomándoles de la barbilla las obligaron a verlas a los ojos y según el protocolo, procedieron, con voz suave, a preguntarles porque habían sido castigadas. En medio de hipos y sollozos, ambas procedieron a reconocer su culpa por no haber tenido cuidado. Entonces, delicadamente, las sinodales subieron su ropa interior y abrazándolas, empezaron a limpiar sus lágrimas y a calmarlas. Como siempre, la receptora del castigo terminaba abrazando a la ejecutora del mismo, dejándose consolar segura de que el mismo estaba más que justificado. 
Las funcionarias del Internado se entendían por señas, la enfermera hizo el gesto de “necesitas la crema” lo cual recibió la señal positiva de las sinodales. A la vez, estas jugaron a la buena y a la mala para reafirmar la finalidad del castigo: mirando a los ojos de Olga, que era la más rebelde, su sinodal le comunicó que el día siguiente, antes de acostarse, continuaría el castigo, a lo cual la sinodal de Tatiana inmediatamente se unió con gestos afirmativos de la cabeza. “NOOO, por favor, no, hemos aprendido la lección, seremos buenas, cuidadosas, POR FAVOOOOR!”,  a lo cual la sinodal de Olga, que aprovechaba cualquier oportunidad para domar el fuerte carácter de ella le respondió:”¿es idea mía, señorita, o ud me está haciendo una rabieta? ¿qué es lo que debe contestar una alumna cuando se le comunica que va ha ser castigada? Porque si lo ha olvidado puedo hacérselo recordar en el sofá.” Olga sollozaba inconteniblemente, así que dramáticamente logró que de su boca saliera:”Gracias señora, gracias por cuidar de mi educación y castigarme apropiadamente”. 

La sinodal de Tatiana alzó las cejas mirándola, así que esta también en medio de el llanto pronunció la frase protocolaria, entonces como ya estaba sobre entendido, mirando a la sinodal de Olga, dijo:”Yo creo que suenan sinceras, si mañana se portan a la altura, o sea ni siquiera dan que decir una palabra creo que podemos perdonar el castigo de ese día”. La sinodal de Olga seguía viéndola a los ojos, con una mirada que había provocado en Olga unas lejanas ganas de orinar, finalmente, como si no estuviera muy convencida, la sinodal dijo:”bien, ya veremos”. Ambas chicas sintieron que tenían esperanza de evitar la segunda paliza, ya que si una sinodal si lo juzgaba necesario podía castigas hasta tres días seguidos a su alumna por una falta, así que se prometieron a si mismas que en lo que restaba del día y en todo el día siguiente no iban ni siquiera a respirar muy fuerte. 

Cuando las tomaron por la cintura y volvieron a bajarles los interiores, ambas volvieron a llorar creyendo que el castigo iba a continuar, pero cuando vieron a la enfermera acercarse con el pomo de crema contra las irritaciones, se tranquilizaron. Las sinodales aplicaron generosamente la crema en sus nalgas avanzando hasta sus vaginas, lo que les provocó un “!oh!” involuntario en ambas. Sonriendo para sus adentros, las sinodales se entretuvieron por un rato frotando esas bellas vulvas hasta que las vieron hincharse. Entonces, complacidas, ya que esa era la respuesta que se esperaba de una alumna después de una buena nalgueada, se detuvieron. Volvieron a colocar la ropa interior se despidieron de la enfermera dándole las gracias haciendo que las pupilas agradecieran también. 

Salieron de la enfermería tomadas cada una de la oreja por su sinodal, que para vergüenza de estas las hicieron caminar así todo el camino hasta la clase que les tocaba, francés. Entraron a la clase, que ya había empezado, escuchando como justificaban su atraso comunicando en voz alta que habían sido exhaustivamente nalgueadas. La profesora anoto la justificación y ellas tuvieron que aguantar las miradas de toda la clase, que las siguieron esperando verlas sentar: la queja por lo bajo que salió de cada una de ellas más las caras que pusieron al sentarse provocó risitas en la clase. Llamando al orden la profesora impuso silencio y la clase continuó sin más. Nuestras pobres chicas sentían cada vez que se movían fuego en sus nalgas. Pero después de un momento, cuando Tatiana le pidió a Olga la regla para subrayar una frase, esta le guiñó un ojo, lo que provocó una sonrisa. Ambas, jóvenes satisfechas de si mismas necesitarían más que una nalgueada para dejarse abatir. 

Pero ese día y al día siguiente ambas caminaban como sobre huevos. Jamás hubo alumnas más dóciles ni más hacendosas. Cuando, después de un almuerzo donde mostraron unos modales exquisitos mientras luchaban por sentarse lo menos en contacto con la silla posible, acompañaron a sus sinodales a la hora del recreo, esperaron sumisamente que ellas les indicaran a donde iban ha pasar. Fueron al jardín detrás del Internado, un lugar donde iban la mayoría de las alumnas. Allí recordándoles que estaban en capilla, les indicaron una silla a unos 20 m de ellas donde debían estarse quietas. Y allí fueron, cogidas de la mano y se sentaron quietas, con la cara más angelical que lograron poner. 
La sinodales respiraron y en susurros, como acostumbraban, lamentaban que esa no fuera la actitud permanente de sus traviesas. Ambas habían dado temerosas el informe a la inspectora general, que pidió que llevan a las niñas a la oficina de la madre superiora. Esta, alarmada primero, más tranquila
después al confirmas que las niñas estaban bien, haciendo salir a estas primero, procedió a regañar a sus subordinadas con fuerza. Ambas esperaban en cualquier momento que ella tomara la correa, pero no, les dijo que se les descontaría del sueldo todo los suministros médicos que se habían gastado en la curación de las chicas y regañándolas aún más, finalmente las despidió. Ambas tomaron a sus  protegidas de la mano y durante unos momentos pensaron que no sería tan malo un segundo castigo.

Fue allí, sentadas quietecitas en ese banco que estaba al pie de un largo rosal, que oyeron la conversación que las turbaría y exitaría por el resto del año. Justo del otro lado del rosal, que tenía un metro y medio de ancho y que era frondoso y cargado de flores amarillas, se pararon a charlar dos chicas del año superior. Tatiana y Olga habían estado tan calladas que ellas no se dieron cuenta que era escuchadas:”me encanta del departamento que tiene en París, desde allí se ve la torre Eifel, ¿sabes que ahora le han puesto una hilera de bombillas por sus cuatro vigas principales y que las encienden de noche? Oh Dasha, vieras lo maravilloso que es verla encendida de noche!. Tiene una gran mesa, ahí es donde me echa de espaldas y me hace subir y abrir las piernas. Dasha, me devora, te lo juro! Lame, chupa, muerde, Estoy llena de chupones de ella!, pero es maravilloso, pareciera que no se cansara nunca, me hace acabar y acabar de tal forma que creo que voy a morir!”

A este relato, la segunda chica se reía con una risa cortita y aguda, mientras la primera le seguía contando:”y me compra todo lo que quiero, por supuesto procuro no abusar, pero si le pido un sombrero me compra tres, si le pido una sombrilla me trae seis!, no es mi cullpa Dasha. Y yo la adoro, es buenísima, la segunda semana que llegué arruine un vestido carísimo por salir como loca del carro, me enganche en una agarradera y lo rompí, creí que me castigaría allí mismo, ¿sabes lo que hizo?, fuimos a comprar otro y me hizo cambiar en el carro. Mientras me cambiaba me tomó de la cintura y me dio unos tiernos cachetes en la nalga, mientras me decía que si volvía a dañar ropa me daría más fuerte. Por supuesto yo me quejé, hice pucheros y todo, le pedí perdón  y la besé, ella se olvido del asunto, en la cena me preguntó si me había dolido mucho, yo por supuesto le dije que estaba bien, que era mi dueña y que si quería podía comerme, eso la hizo reír. Esa noche me curó, qué no se, pero me curó y me engrió toda la noche, mientras me acariciaba. Oh, Dasha, es maravillosa, no se cuando me iré por fin con ella para olvidarme del ogro de mi sinodal!”.

La chica apelada dejó escuchar por fin su voz:”!Ten paciencia, querida Mila!, pronto nos iremos, solo nos faltan menos de dos años. Yo también muero por irme con Dafnee, es una mujer increíble, tan bella, tan elegante, tan paciente conmigo. Pero debo decirte que ella si es estricta, claro que lo que a mi me pasó no es nada comparado contigo. Como te conté, me perdí en el mercado de Milán casi por diez minutos, estaba al borde de la desesperación cuando ella me encontró. Dios mío, la cara que tenía!, estaba color de papel, cuando nos encontramos nos abrazamos y ella me consolaba, pero cuando llegamos a la casa me llevó al dormtiorio y desvistiéndome, dejándome de la cintura para abajo desnuda, me nalgueó con fuerza. Me hizo llorar, aunque me daba cuenta que no estaba enojada, me castigaba para asegurarse que nunca más me separe de ella. Y por dios que así lo he hecho”

Ambas se quedaron calladas un rato, entonces Mila preguntó:”Como te lo hace?” Dasha se río con fuerza y resondió:”le gusta la cama, no es muy aventurera. Eso si, me desnuda toda y me acaricia desde la punta del pie hasta la coronilla!, gusta de chupar mis senos, estos le gustan mucho, me aprieta las nalgas y me da nalgadas de amor, acaricia y chupa tu ya sabes que. Ella no se desviste, se queda con el corsé y los calzones. No sé porqué, pero no me toca preguntar. La noche que me desvirgó yo intenté desvestirla toda pero me dijo que no, que quizá mas adelante, no se porque es asi porque nos bañamos juntas y nos vestimos y todo, y allí ella se desnuda sin problemas, pero en la cama quiere permanecer medio vestida. Le gusta follarme con los dedos, adelante con dos y...” en ese punto Dasha se cayó, riendo como tonta. “Vamos querida”, le insistió Mila, “yo te lo cuento todo, cuéntame!”
Después de un leve forcejeo, Dasha en voz baja siguió:”me lo mete por… detrás”. Mila, asombrada preguntó:”en serio? Qué se siente?” después de un rato de pensarlo, Dasha dijo;”bien, o sea, raro en un principio, pero después bien”. Mila le dijo, que su amante también le tocaba el “huequito” de atrás, pero que hasta ahora, además de acariciarla allí no la había penetrado. Dasha, bajando la voz, le dijo que no se sorprenda si se lo hacían, le contó que había hablado con una alumna del último año y que esta le había dicho que todas las dueñas gustan de “encular”, así lo había dicho ella, a las chicas. “Nooo!” respondió Mila, “quién lo diría!”. Ambas chicas se rieron a carcajadas, lo que provocò una llamada de atenciòn de alguna de sus sinodales, que se oyò lejos pero clara. Recuperando la compostura, ambas caminaron en direcciòn de la voz con mando. 

Tatiana y Olga quedaron conmocionadas, en algún momento mientras escuchaban la conversación se habían dado la mano y terminaron apretándosela fuertemente. Aunque ambas sabian que al aceptar el tutelaje  significaba que quien se convirtiera en tutora sería su dueña, de su cuerpo y de su destino, la idea que tenìan de què significaba exactamente eso les era vaga. Sus sueños estaban llenos de nociones romànticas de damas amables que las besaban y les juraban amor, que las llenaban de presentes o las regañaban dulcemente. No habìan pensado en sì en que consistía el acto sexual entre mujeres. Aunque en las clases de ciencias les enseñaban principios de anatomía, donde se les explicaba claramente que el conducto vaginal era para ser penetrado, no se les había ocurrido que realmente podìa ser penetrado ni como. Respecto a la funciòn eròtica que el ano podía tener, para ella era un descubrimiento novísimo, que las dejò confundidas y excitadas.

Sus sinodales no les sacaban la mirada de encima, pero era notorio que no se habìan dado cuenta de lo que habìa pasado, asi que ambos se quedaron asì, juntas y fuertemente agarradas de la mano, mientras oìan su respiracìòn, que se habìa vuelto profunda y acompasada. Aùn asì, no dieron a notar su conmociòn y despuès de cierto tiempo, ya màs tranquilas, aflojando lentamente sus manos, empezaron a conversar. Olga fue la primera en hablar:”Cuidado con reirte como tonta, si lo haces te llamaràn y preguntaràn que pasa y tù mujer, eres pèsima mentirosa”. Tatiana se atragantò y aguantò la sonrisa nerviosa que subìa por la garganta. “Hablemos de otro tema”, le aconsejò Olga, “al mediodìa cuanto tengamos la hora libre, en los jardines caminaremos y comentaremos del tema, ya se nos ocurrirà algo para contar si nos interrogan”. Tatiana afirmò y hundiendo los labios, procurò poner el rostro màs impasible que pudo, mientras escuchaba que Olga empezaba a contar que la tarea de alemàn estaba demasiado larga. Tatiana, para la cual el alemàn era un grave problema, puso cara de tragedia y participò de las quejas de su amiga. Para sì mismo, se dijo que gracias a Dios, Olga pensaba ràpido y era decidida.

Olga habìa nacido en Vladivostock, al finalizar una de las epopeyas menos conocidas y màs extraordinarias de la historia, la retirada del ejèrcito ruso blanco de los Urales a través de toda Asia por el ferrocarril transiberiano. Unos 7.000 hombres con unas mil familias, en su mayorìa de los oficiales, cruzaron la màs grande masa terrestre de oeste a este hasta alcanzar la costa rusa del Pacìfico. Unas cinco mil almas lograron su objetivo embarcándose en viejos barcos de vapor y vela para intentar llegar a Europa vìa Shangai, Hong-Kong, Singapur, Calcuta, Bombay, Adèn, el canal de Suez y finalmente Marsella. Durante todo el viaje por tierra fueron hostigados por las tropas rojas, por bandidos y nòmadas. En el viaje por mar, las condiciones fueron deplorables: altos oficiales y nobles damas hicieron el trayecto hacinados en bodegas sin ventilación, subiendo a cubierta unicamente para hacer una humillante cola para recibir una sopa aguada y una hogaza de pan viejo. Pero allì, la madre de Olga habla sobrevivido y habìa hecho sobrevivir a sus cuatro vàstagos, dos varones y dos niñas, una recién nacida, nuestra Olga. 

Cuando llegaron a Marsella, la madre de Olga habìa sacado de el forro de su vestido su màs grande tesoro: la diadema de su madre, de diamantes y los anillos de su tìa, que muriò soltera, que eràn de brillantes y esmeraldas. Los habìa conservado obstinadamente por miles de kilòmetros hasta que se
dio cuenta que era la hora de usarlos, así que acudiò a un joyero italiano residente que le ofreció por ellas bastante menos que lo que valían y aún así, ella se sintió afortunada. Con ello pudieron, alquilando una humilde pieza en un chalet bajo en el barrio de la ciudad donde vivìan los armenios, que estaba lleno de rusos ahora tambièn, sobrevivir unos años. Pero el padre de Olga era demasiado orgulloso para trabajar en lo que hubiera podido trabajar para sobrevivir. El capitàn, descendiente de un general de los ejèricitos rusos que pelearon contra Napoleòn, solo servìa para soldado y aunque su educaciòn y francès eran excelentes, apenas si podìa conseguir empleos momentáneos de vez en cuando. Finalmente, había conseguido un puesto de oficial de puerto en un pequeño buque mercante en el cual le pagarían al final del viaje. Así lo explicó a su mujer, que como mujer de esa época, asintió y aceptó. 

viernes, 4 de noviembre de 2016

Cuando Molly se separó de la armera, corrió para encotrarse con Marg. Fue detenida a medio camino por la tutora Higgings, quien no dudó en arrimarla a la pared  y levantándole la batita le dio una buena docena de nalgadas. “Las niñas educadas no corren, caminan con garbo. Ud. no es un muchacho para que ande como cabra loca por alli!” Molly sintió como las mejillas de su trasero emezaban a arder, pero se consoló pensando en todo lo bueno que había pasado. Terminado el castigo, después de un jalón de orejas, la dejaron ir. Caminó lo más rápido posible y encontró a su Marg sentada en el banco a la entrada del ala donde estaba su dormitorio. La emoción la hizo correr nuevamente y se lanzó a abrazar a su sinodal. 

Esta como siempre la recibió con regaños, pero devolvió su abrazo. “señorita, por dios!, las niñas no corren, que vergüenza!”. Molly empezó a contarle a Marg todo, su confusión al principio, su emoción al final, el hecho de que había encontrado una tutora que la cuidaría en los años más difíciles de su vida, y lo principal, que era una mujer de la cual enamorarse y amar sería fácil. Hablaba a una velocidad y con una intensidad que obligó a Marg a pedirle que respire, que se calme. Fue entonces cuando pudo observar bien a su tutora y se dio cuenta que había llorado. Cuando se lo preguntó, Marg pareció indignarse, ¿llorar ella?, bah! Era el viento que le había irritado la vista, inmediatamente la tomó de la mano y la llevó a la habitación mientras le decía que que era eso de estar vestida así, medio desnuda en el dormitorio. 

Pero para Molly era innegable que su Marg había llorado, ¿por qué?, ¿se alegraba por ella? ¿o estaba triste porque ya no serian solo las dos?. No se atrevió a preguntar. Cuando la desvisitió preguntó indignada el porque de esas nalgas rojas, Molly haciendo pucheros le contó que había corrido y que la había pescado la tutora Higgins. Refunfuñando, Marg le dijo que debería castigarla ella también por eso, pero que lo dejaba pasar ya que le habían dado una buena. Mientras la vestía con el uniforme diario la oyó refunfuñar diciendo por lo bajo de la Higgins era una salvaje. 

Marg sospechaba que Molly iba a ser objeto de mucha atención por parte de las otras tutoras. Su “niña rara”, su “extrañita”, la “especial” como la llamaban con medias sonrisas las otras sinodales había cazado a la gran ballena blanca. Le tocaba el turno ahora a ella de sonreir a medias; aunque no lo diría ni lo daría a notar estaba reventando de orgullo, su Molly era pupila de nada menos la heredera del imperio de los revólveres y rifles. Ja!, tendrían que pasar muchos años, toda una generación para que alguien de un golpe semejante. Sentía también tristeza por que ahora pasaría menos tiempo con ella, pero así debía ser. Cuando terminó de vestirla al verla allí con su pelo alborotado, sus pecas y su sonrisa no pudo contenerse: la abrazó y la besó en la mejilla, con fuerza, mientras le decía: “Tú eres mi orgullo!”. Era la primera vez que la tuteaba, que la abrazaba así y que la besaba. A Molly se le llenaron los ojos de lágrimas, mientras le decía que la quería muchísimo y que nunca olvidaría todo lo que hizo por ella. Recuperándose de este momento emocional, Marg le limpió las lagrimas y le recordó que era hora de ir  a clases, mientras le sonreía ampliamente, lo que hizo que ella llorara más. Al salir, cuando se cruzaron con otras sinodales con sus pupilas, oyó la voz alta de Marg que le decía: “...y donde te vuelvo a pescar corriendo, te daré el doble de las nalgadas que te acabo de dar, asi llores como ahora.”  Molly estuvo a punto de reirse, pero se controló y respondió con un “si señora”.
Esa noche, después de acostar a Molly, Marg acudió a la oficina de la madre superiora. Tendría una reunión con la armera, reunión que ella había solicitado. La directora después de felicitarla por el
magnífico trabajo que había hecho con la niña, le comentó que la armera habia hecho una donación gigantesca, tan grande que la vida del Internado quedaba asegurada. Como todas las funcionarias del instituto, a Marg le habían llegado los rumores de la desesperada situación económica por la que atravesaba la institución, esto y las tremenda situación del país, las había llenado de inquietud. Si el internado cerraba ¿qué seria de ellas?. A Marg, que había encontrado su lugar en la vida, la posibilidad la llenaba de terror. Al oir la nueva buena, casi se echa a llorar. “Dos veces en un día, oh señor, me estoy volviendo vieja”.  La armera llegó en ese momento. 

La directora las hizo pasar al salón de reuniones, donde ambas se sentaron una a lado de la otra. Luego de las formalidades de rigor, la madre superiora se retiró. Marg empezó ha hablar casi de inmedidato: primero, le agradeció haber escogido a Molly y sumando, al hecho que se había enterado de la contribución enorme que habia hecho al Internado, le hacía provocar besarle los pies. Claro, cotinuó enseguida, no sería muy decoroso, pero le aseguró que en espíritu, se encontraba postrada ante ella. Luego, le dijo, deseaba que no la considerara un obstáculo en sus relaciones con Molly, sino una aliada. Su deber, le dijo, era de que Molly llenara todas sus espectativas, por lo que le rogaba le permitiera aconsejarla en ciertas cosas.

La armera parpadeaba asimilando la información. Que esta impresionante mujer la tratara de esa forma, demostraba que Molly le importaba. ¿eso era bueno o malo?. Finalmente se dijo a si misma que parecía sincera. Así que la cortó, preguntándole directamente a donde quería llegar. Marg agradeció que le permitiera ir al grano, así que le preguntó si alguna vez había castigado con nalgadas a alguien. La armera respondió con una negación de la cabeza.  Le preguntó que que pasaría si tenía que castigar a Molly a lo que ella respondió bajando la mirada durante un largo tiempo. Luego respondió:”no sabría hacerlo, nunca lo he hecho. ¿me enseñaría como?”. Satisfecha, cruzando las piernas le dijo que para eso es que estaba allí. No solo debía enseñarle eso, debía enseñarle a bañarla, masajearla, depilarla. Debería explicarle que debía comer y que no. Cuales eran los miedos de Molly, que disparaba sus taras. 

Le explicó que ella tambien debía someterse a ciertos arreglos cosmeticos, como la elminación en lo más posible del vello corporal. Todo esto tenía como finalidad que Molly y ella terminen haciendo el amor de tal forma que esto les proporcione felicidad y no conflictos. Le dijo que de allí en adelante lo ideal era que ella tomara las riendas de la vida de Molly lo más posible, pero de forma gradual e inteligente. La invitó el fin de semana a pasar el domingo con ellas, dentro de dos días. Ella le preguntó que porque no antes, “el Interando tiene reglas”, le respondió, “si se apega a ellas, verá que al final ud. ganará y lo más importante, ganará Molly”. Nuevamente ella bajó la vista, pensando su respueta. Unos minutos después dijo: “acepto”.

Asì que como convino con Marg, apareciò en el ala del dormitorio respectivo a las ocho de la mañana del domingo. Marg ya estaba esperàndola, con un pantalòn de franela gris y un suéter blanco flojo. Se habìa soltado el pelo y se la veìa extraodinariamente joven y vigorosa. La armero envidiò ese cuerpo maciso, donde no parecìa haber un gramo de grasa. Como siempre se habìa vestido con sus acostumbrados vestidos de falda larga, blusas cerradas y colores oscuros, tal como su madre se vestìa y le habìa enseñado a vestirse. Marg resoplò y le dijo:”suponìa que vendrìa vestida asì, asi que le separè esta ropa para que se la ponga.” y le entregò un juego de pantalòn de franela y un sueter como el que cargaba. Ella mirò la ropa, luego a Marg y agachò la cabeza. Marg se adelantò y tomàndola por la barbilla suavemente la obigò a mirarla:”ud y Molly seràn las beneficiadas, ¿ok?”. La mirò un rato y luego, tomando la ropa, asintiò.
Se acercaron a la puerta del dormitirio de Molly, entonces Marg la detuvo y le dijo:”Madam, hay 3 cosas que debe ud. entender antes de entrar, el primero, todo lo que pase allí adentro deber ser lento, extremadamente lento. Segundo, Molly es una cosa preciosa, por favor trátela como tal y por último, pero no menos importante, Ud. es una cosa preciosa, es una cosa preciosa, por favor, créalo para Molly ud. es una cosa preciosa. No se olvide de estas tres cosas, mientras este con nosotras es vital que lo recuerde, ¿si?”. Marg se que quedó esperando respuesta, parecía que había asimilado rápidamente el estilo de al armera. Esta la quedó viendo, agacho la mirada por unos segundos y respondió:”no lo olvidaré”,

Entraron al dormitiorio pues ninguna puerta de las alumnas tenía seguro y las sinodales podían entrar en el momento que lo deseen. Molly estaba acostado, con una pijama compuesta de pantalón y camisa de color rosa. En esa época del año la temperatura estaba inusualmente alta, así que la niña solo se había tapado con las cobijas la parte inferior de las piernas. Cuando sintió que alguien entraba al cuarto abrió los ojos y se iriguió rápidamente. A la armera le pareció un ángel, especialmente porque su pelo estaba desordenado de una manera que hacía que su caballera pareciera una melena leonina. Le recordó un grabado que había visto en una iglesia católica, los angeles llevaban cabelleras así. Molly se levantó, dijo “Buenos días” y realizó una venia, adelantándose para acercarse a su tutora, en ese instante se detuvo, alzó el brazo derecho hacien la seña de esperen y corrió al baño. Al rato se escuchó la operación típica de lavado bucal, lo que hizo que la armera mirara a Marg buscando una respuesta. Marg al miró y alzándose de hombros dijo: “detergente bucal en polvo”.

En l.932 menos del 20% de la población americana se aseaba los dientes con cepillo dental  y en otras partes del mundo esto era prácicamene desconocido. Se aseaba los dientes frotándolos con telas o pañuelos cuando la persona lo creía necesario, o sea cada tres o cuatro días. Se mantenía el aliento fresco masacando hojas de diverso tipo, desde té hasta tabaco o bebiendo zumos de limón o algún cítrico haciendo buchadas y con mucha pena, tendremos que contar que nuestra armera era de este tipo, así que el cepillado dental le era desconocido. Esperó hasta que Molly saliera, volviendo esta ha hacerle una venia y tímidamente se le acercara, entonces parándose en puntillas le dio un tímido roce en los labios, algo que parecía haber querido ser un beso. Molly sonrió y aleteó los brazos como un pingüino, mientras le salía una sonrisita tonta. La armera se dio cuenta que este era el saludo protocolario y por algún motivo desconocido, yendo contra todo lo que era y contra toda costumbre suya, se acercó a Molly y agarrándola de la cintura con un brazo con al mano libre le tomó el rostro alzándocelo y plantó un largo beso en aquella boca con sabor a menta. 

Para Molly aquel beso fue una total sorpresa y despertó tales sensaciones que sintió que se le humedecieron los ojos. Se sonrojó, pero diferente de lo que había sentido al sonrojarse en veces anteriores, emitía calor, sentía que algo se había encendido dentro de ella, algo que la hizo sentir de repente un calor casi sofocante. Cuando el beso terminó, después de unos lentos 8 segundos, tuvo que abrazarse a su dueña y apoyar su cabeza en el hombro de esta. La armera respiraba fuerte, con lenttitud, mantenía un brazo en la cintura de Molly y con la mano libre le acariciaba el pelo, sosteniéndola por la nuca. Se quedaron un buen rato allí hasta que poco a poco se fueron separando, hasta que otra vez se quedaron viendo. Entonces una risa espontanea surgió de ambas, al verse con als mejillas rojas y los ojos húmedos. La armera la volvió a apretar contra si, besándole esta ve la frente para luego apoyar su mejilla en la de ella sintiéndose feliz, feliz, tan feliz que por primera vez comprendió que no lo había sido en toda su vida.

Se quedaron un rato más abrazadas, disfrutando de la magia del momento, hasta que oyeron la voz de Marg que decía:”siento interrumpir, damas, pero tenemos cosas que hacer, ¿no es así?”. Las dos se separaron, sonriendose y sin dejar de mirarse. Entonces Marg empezó a explicar cual era la rutina del Internado, rutina que la armera como tutora de Molly debía comprometerse en respeta. La niña explicaba, debía bañarse todos lo días al levantarse y otra vez al acostarse. El baño debía ser con agua tibia, por lo que cualquier instalación o casa donde la niña resida debía poseer caldera. Le explicó que el domingo se ocupaba comúnmente en cuidar la salud corporal de la pupila. Le explicó a  la armera que la había invitado para que empezara a ejercer esos deberes, ya que esperaba que cuando la niña se fuera con ella el régimen continuara igual.
Así que empezaría por hacer que ella bañe a Molly siguiendo ciertas formas establecidas para que el baño sea lo más efectivo posible y tomara el menor tiempo. Los días en que había clase el baño debía durar unos diez minutos, un máximo de quince. Claro hoy era domingo, así que podían demorarse lo que ellas quisieran. Molly empezó a contar lo veloz que tenía que ser todo cuando se levantaba en días de clase y que si llegaba tarde la castigaban, que recordaba una vez que… “señorita”, la interrumpió Marg,”quedamos que me iba a dejarme explicarle las cosas tranquilamente a su dueña, ¿no?, así que por favor, calladita”. Molly asintió e hizo el geste de cocerse la boca, lo cual hizo sonreir a la armera que volvió a acariciarle el cabello. Marg continuó su explicación, recalcando que los métodos del colegio no eran improvisados, eran métodos que se habían probado y comprobado desde el inicios de la institución. Terminó diciendo que para que bañe a Molly, tendría que cambiarse la ropa que llevaba por lo que le había entregado. “Yo iré a preparar todo al baño, mientras señorita ud. ayudará a su tutora a cambiarse”.

Marg no le dio tiempo a la armera a replicar, se dirigió hacia el baño y pronto se oyeron los sonidos de alguien que está muy ocupado. Cuando vio hacia Molly, esta alargaba las manos para delicadamente empezar a desabotonarle el vestido. Se dejó hacer, mientras que su cerebro era un torbellino de ideas, que giraban tan rápido que sintió hasta que iba a marearse. “Me va a ver desnuda, nadie me ha visto desnuda”. Cuando contrataba a las pobres meretrices que le daban una limosna de place, solo permitía que le levantaran la falda y previamente ella no se había puesto los pesados interiores que comúnmente usaba. ¿Quién era la última persona que la había visto desnuda? Su madre seguramente, pero de eso hace décadas. Cuando sintió que Molly había abierto la espalda de su vestido y que delicadamente tiraba las hombreras para dejar su hombro desnudo, sintió pánico y estuvo a punto de resistirse. 

Pero en ese momento Molly abandonó su espalda para hacerlo de formá más cómoda por el frente y mientras lo hacía, le sonreía y en susurros le decía:”tiene una cicatriz en la espalda ¿cómo se la hizo?, debió dolerle muchísimo, yo tengo una en el brazo, pero es chiquita y me la hice con una espina del rosal en el jardín y me dolió muchísmo ¿ud. sangró mucho?, a mi me salió hartísima sangre y me asusté muchísimo, Marg fue la que me encontró y me llevó a la enfermería, entonces la enfermera MacMurphy me dijo...”, ese dulce parloteo tranquilizó a la armera, que se dejó hacer, mientras veía a ese milagro maniobrar para sacar su blusa mientras le contaba de enfermeras, desinfectantes que ardían y vendas apretadas. La vio, extasiada que algo así podía existir, coger un pequeño banco para subiéndose a él, poder sacarle por la cabeza la primera prenda interior, una camisa sin mangas de amplio cuello de seda blanca que llevaba por debajo de la blusa, luego venda con la que sostenía sus senos desapareció mientras que Molly daba vueltas alrededor de ella sin dejar de hablar. No estuvo muy segura de haberse dado cuenta de como, pero de repente estaba desnuda de la cintura para arriba frene a la belleza, que sin ningún pudor se quedó viendo sus senos y sin tapujos de ninguna especie sennteció:”Son bonitos, me gustan”.

La armera sonrió sonrojada, mientras movía la cabaza de un lado a otro y le decía:”eres un pequeño diablo, deja de verlos y paseme la camiseta de gimnasia” pero el comentario le había encantado. Sus senos no eran esas impresionantes ubres que ella veía en ciertas mujeres, pero tampoco eran pequeños, y eran firmes pues ella siempre había hecho actividad fisica. Con su padre, cazaba y ellos mismos descuartizaban la presa, la adobaban y cocinaban. Andaba a caballo desde los doce y desde que recibió su herencia, había viajado por medio país, llevando equipaje ella misma, caminando cuanto fuese necesario. Así que si bien no tenía el atlético cuerpo de Marg, consideraba que el suyo no estaba en ruinas tampoco.
Había pasado del pánico a considerar agradable un comentario íntimo sobre su cuerpo. “Nadie me ha dicho nunca nada semejante, este diablillo es la primera, pero, imagino que con ella habrán miles de primeras veces”. Molly la estaba ayundando a ponerse la camisa y luego hizo intento de desabotonarle la falda, entonces ella le tomó la mano y le dijo que no, que ella se quitaría eso sola, a lo cual Molly haciendo un puchero le respondió que no, que se suponía que ella tenía que servirla, para eso, le explicó, era su pupila. Así que para borrar esa cara triste, se dejó, mientras Molly le explicaba que uno de los deberes de la pupila era asistir a su dueña en la recámara, así como ella debía esperar a su dueña para que la vistiera, a menos que la dueña le ordenara vestirse sola, lo cual le recordaba que comúnmente…. Mientras Molly con su parloteo la arrullaba en estado de contemplación, nuevamente sintió como su larga falda cayó, seguida del forro o falda interior tan larga como la anterior para después la acompañara la enagua, prenda que el llega a las rodillas. Entonces, con horror, sintió que Molly le destaba los lazos que sosotenían sus calzones, gruesa prenda que le llegaba un poco más arriba de las rodillas. 

Nuevamente, intentó detener a Molly, pero esta levantándose le explicó que los pantalones de franela se usaban sin interior. La armera replicó que no, que ella los usaría con interior, a lo cual Molly haciendo el más espectacular de los puchero mientras ponía sus manos atrás y le lanzaba la mirada de cachorro abandonado mas trágica que había visto respondió:”¿no confía en mi?”. Fue demasiado para la armera, que aunque consciente que esa ninfa descarada estaba manipulándola, no tenia las fuerzas para resistirse. Así que se dejó desnudar, viendo como arrodillada Molly esperaba que alzara un pie y luego otro para eliminar la prenda, entonces, vio como con la sonrisa más pícara que ese bello rostro podía producir le daba más que un vistazo  a su vagina. Fue unos segundos, pero Molly pareció asentir satisfecha y levantádose rapidamente tomó para alcanzarle los pantalones de franela. La armera los tomó y le dijo:”ok, pequeño lucifer, yo puedo sola”, así que se los puso y de repente se dio cuenta que Molly se había movido y le estaba mirando el trasero. Subiéndoselos de golpe, giró y enfrentó a la fisgona con ojos entrecerrados y esta, pescada infraganti, se río con un risita malévola mientras se mordía la punta del pulgar. 

En ese momento Marg asomó su cabeza en la puerta y viendo la singular escena preguntó:”¿Todo bien allí?” a lo que la armera después de cerrar los ojos un par de segundos dijo:”si, todo bien”. Marg entonces de dijo que desnudara a Molly, que ni bien oyó la orden se acercó dando saltitos para ponerse frente a su tutora, con la sonrisa más llena de felicidad que uno se puede imaginar. La armera se la quedó viendo unos instantes, le arregló su roja cabellera y le preguntó si no le daba vergüenza que la desvistiera, Molly dijo que por supuesto, pero a pesar de esto ahora ya no importaba, ahora ella era su ama (mistress), ahora le pertenecía y podía ver y hacer con ella lo que quisiera. Mientras lo decía, a pesar de que era una descarada, el pudor pudo con ella y empezó a bajar la voz y a sonrojarse. La armera se dijo que cada segundo se iban enamorando más de esa mujer, “creo que ya la amo”, pensó.

Disfrutó desvistiéndola, desenvolviendo con cuidado ese regalo maravilloso. Admiró sus senos, grandes y firmes, con una aureola de café claro y el pezón pequeño, casi escondido. Admiró su vientre, deliciosamente combado, su profundo ombligo. Mientras se arrodillaba para desnudarla de cintura para abajo, pudo observar su vagina, clara y bien formada. No pudo en contenerse en tocarla, con el dorso de los dedos, delicadamente. Molly pegó un respingo y cuando la armera miró a verla, tenía la boca ligeramente abierta. La hizo girar, apareciendo ante su vista los dos orbes más rotundos y bellos imaginables. No pudo aguantar y dió un ligero beso a cada uno de ellos. Se puso de pie y tomándola de la mano, la introdujo al baño, done Marg esperaba con paciencia sentada al filo de una bañera.
Marg pareció ignorar el hecho que las dos mujeres que entraron estaban sonrojadas, con una ligera capa de sudor en su frente y sobre el labio superior. Empezó ha hablar sobre el baño, la necesidad de la higiene más absoluta para prevenir enfermedades, etc. Aunque consciente que hablaba como un folleto guía del instituto, procuró dar a su voz ese tono impersonal pues pronto tendría que tocar temas más delicados. Le explicó que la bañera era de bronce con un recubrimiento de esmalte para evitar que se enfríe demasiado y que los cuatro tapetes negros eran de caucho, pedazos de neumáticos donde la niña apoyaría manos y pies, pues la bañaban sobre sus cuatro miembros. Explicó que este era el modo más efectivo de baño, cual se bañara una yegua. De esa forma se tenía acceso a cualquier parte de su cuerpo y se le podía pedir en todo caso que se virara en caso de querer lavar mejor alguna.

Hizo recalque que para mayor efectividad se usaba una manguera, acortando el tiempo de enjuague evitando cualquier resfrío. Le advirtió que debía tener cuidado con la cara, que debía ser lavado con cuidado, que por ningún motivo debía permitir el contacto del chorro con los oídos ni en general con cualquier orificio del cuerpo de Molly, como el ano y la vagina. Estas, explicó con la mismo tono de voz impersonal, debían ser lavadas con cuidado y de ninguna forma el jabón debía entrar en el interior de ninguna. El pelo se debía mojar, pero no lavar con jabón, sino con un enjuague especial que se llamaba shampoo. La armera levantó las cejás mientras preguntaba:”¿francés, verdad?” a lo que Marg contestó que la palabra era de origen quechua, el idioma de los indígenas de la costa occidental suramericana. 

Explicó que era una mezcla de hierbas, que dejaba el pelo limpio, oloroso y con cuerpo, siendo producido en fábricas de New York. Luego le dijo que el ano y la vagina de Molly eran limpiados una vez cada tres meses, el primero con enemas y el segundo con duchas vaginales, pero ya que Molly “iba a tener actividades diferentes de ahora en adelante” quizá convendría pensar en aseos mensuales. Mientras Marg se explayaba explicando otros detalles, Molly había ya ocupado su posición en la bañera y miraba a la armera esperando. Esta al principio no parecía saber por donde empezar, pero después de suspirar se sentó en un pequeño banco ubicado al pie de la bañera y tomando la manquera conectada a la llave maniobró para que saliera el agua a una temperatura un poco más alta que el ambiente y empezó a bañar a su amor. 

Fue una tarea agradable, mientras pasaba un jabón verde (de lavanda) sobre el bello cuerpo, disfrutando el contacto con el mismo. Se entretuvo lavando, enjabonando y enjuagando pechos, piernas, espaldas, brazos y una maravillosa grupa, que se alzaba como invitándola a concentrar toda su atención allí, lo que ella hizo encantada. Molly, inusualmente callada, daba respingos y emitía pequeños chillidos cuando las manos de su dueña tocaban partes sensibles de su cuerpo, como el interior de sus muslos, donde tenía cosquillas, sus axilas, la parte posterior de su cuello y, donde empezó a chillar más alto, sus pies. Cuando la armera llegó a su entre pierna, se quedó callada, con la boca semiabierta, los ojos semicerrados sintiendo y disfrutando cada sensación que emitían esas manos y esos dedos que de ahora en adelante serían los amos de su cuerpo.

La armera se maravilló de ese pequeño orificio, del esfínter que lo rodeaba. Era más oscuro que el resto de la piel y  le recordaba a una estrella de mar de muchos brazos, igual a las que ella habiá visto en el acuario de Filadelfia. Le maravilló esa vagina, que se hinchó y brotó cuando la lavaba. Se guardó de hacer resbalar sus dedos entre los labios, eso lo reservaría para más tarde. Y para hacer lugar más su placer, dijo que por ser primera vez no lo había lavado bien del lado contrario, así que le pidió a Molly que se diera la vuelta, lo que hizo mientras la miraba sonriendo. Se volvió a repetir el preceso, disfrutando ella y Molly de nuevo. Luego, supervisada por Marg que procuraba estar parada siempre en un punto ciego para la armera evitando que su presencia la pusiera nerviosa, lavó con esa especie de exótico jabón líquido la flama que cubría la cabeza de su amada, enjuagándola después con ternura y lentitud. Al finalizar, la hizo sentarse en la tina, para limpiarle con cuidado la cara y con una pequeña esponja las orejas. 

Toda ansiedad había desaparecido, la actitud sumisa de Molly lo había hecho facil y no había que olvidar la ayuda de Marg, que con su actitud de “todo esto es absolutamente normal” habia lubricado una situación que hubiera resultado mucho más violenta de otra forma. Seguía explicando que una vez terminado el baño, la niña debía ser secada completamente con la toalla de cuerpo entero que estaba sobre la mesita y de allí, evitando que sus pies toquen el suelo, debía ser cargada a la cama, donde debía ser en cremada y perfumada. Le recordó que las mujeres sufrían de irritación entre los pliegues de los muslos y del pubis, que el perfume debe ir en muñecas y codos, debajo de los senos, detrás de las orejas y parte superior del pubis y parte baja de las nalgas. Le recordó que los domingos a las alumnas se les permitía almorzar vestidas con ropa casual, así que ella le señaló el armario a la derecha. “Debe vestirla ud. así que ud. escogerá la ropa” y dicho esto, salió discretamente. Por primera vez, Molly y la armera estaban a solas en un dormitorio.

La armera había cargado a Molly sin dificultad, a pesar de la solides de esta; aunque era delgada no había sido nunca débil ni le había asustado la actividad física. La colocó con cuidado sobre la cama mientras la acariciaba brazos y piernas con ternura. La muchacha había empezado a respirar con fuerza y nuevamente tenía un rostro afiebrado, el baño solo la había contenido momentáneamente. Entonces la armera no pudo más: tomó a Molly por los hombros e irguiéndola, la atrajo hacia si, empezándola a besar con toda la pasión que había contenido. Jaló y chupó los labios de Molly y por primera vez, practico introducir su lengua en la boca de otra persona. Lo hizo con suavidad, recordando la primera regla que había aceptado respetar: “lento, muy lento”-

Molly había escuchado a las muchachas hablar del beso francés así que tenia una idea de como funcionaba esto. En el Internado a pesar del estricto control que se tenía sobre las alumnas, estas interactuaban entre ellas en abundancia, pues las primeras en agotarse de tanto seguimiento eran las sinodales, por lo que era normal que en los dos recreos de 20 minutos que tenían además de la hora libre después del almuerzo, amén de los sábados de tarde y las reuniones de la noche del sábado, las sinodales se conformaran con no perder de vista a sus pupilas, mientras estas hacían y deshacían a su voluntad. Y el principal tema de conversación de las chicas era el sexo, las que ya tenían tutoras susurraban intimidades que eran repetidas por las que aún no las tenían. El beso francés y otros besos habían sido exhaustivamente tratados en esas reuniones.
 
Así que intentó responder a esto acariciando con la suya la lengua invasora. La sensación fue eléctrica, además que el intercambio de saliva, acto que en teoría resultaba desagradable, resultó ser sencillamente delicioso. Cuando ambos se separaron para respirar, hilillos de baba unían sus labios. Se limpiaro, riéndose como tontas. Entonces Molly obaservó como la armera, que la tenía con el brazo derecho sujeta por la espalda, acercabase dos dedos, indice y medio, a la boca y sin escupri, vertía una generosa cantidad de saliva sobre sus yemas. Acto seguido movió la mano hacia abajo: Molly sabía perfectamente a donde se dirigía. Abrió instintivamente las piernas, dando facilidad a la mano intrusa, para luego de un momento sentir que esos dedos cual ariete abrian sus labios mayores buscando esa parte de su cuerpo que hasta ese entonces lo único que había hecho era esperar. Sintió una descarga de energía que la consumía cuando su clítoris empezó a ser acariciado por los lubricados falos. 

Para la armera este acto fue la segunda audacia que realizaba en ese momento, su quinta o sexta primera vez en menos de una hora. Alguna vez, una de las primeras mujeres que contrató para que la masturben le pidió que se sacara los calzones, pues en un principio solo se dejaba acariciar encima de estos, para hacer el trabajo más fácil. Fue a ella quien vio hacer la operación de mojarse los dedos con saliva, que aunque en un principio le provocó rechazo, recordó que su padre siempre le decía que la saliva era una de las cosas más limpias del hombre y le enseñó a chuparse las heridas. En esa ocasión descubrió que era más comodo ser acariciada así, así que ese  refinamiento erótico, uno de los pocos que conocía junto al beso con lengua, fue una de las pocas cosas que pudo aportar a ese memorable encuentro. 

Lento, todo lento, se repetía la armera mientras acariciaba a su amor. Molly se movía, buscando y huyendo de la mano torturadora. Cuando se atrevió a ver a su dueña a los ojos, lo que vio la conmovió profundametne, una mirada que no había visto antes o quizá si la había visto, pero no en forma tan intensa. “Me ama, esta mujer me ama”, se dio cuenta al verla, entonces, demasiado excitada por la presencia constante de su amante, por la presencia de la otra mujer que era su edipo,
por los tocamientos de una y los comentarios de la otra, excitada en fin por ser tratada como un objeto sensual y un bello sujeto, tuvo el primer orgasmo profundo de su vida. 

jueves, 27 de octubre de 2016

Esta se había declarado fascinada con el concepto de tener una institución así, por lo que rogó a su amiga que la dejara entrar. La Logia local concedió su permiso, haciendola ingresar como miembro. Allí esta intentó conseguir a una pupila, pero cada 6 meses habían 25 chicas disponibles para al menos cuarenta aspirantes. La logia había aumentado, pero el Internado seguía siendo un colegios de seis ciclos anuales con unas 25 alumnas cada ciclo. La americana tendría con suerte una oportunidad en un par de años. La Señorita en cuestión era una solterano heredera de una de las grandes fortunas de Nueva Inglaterra. Su patrimonio se componía de ferrocarriles, fundidoras de acero y barcos de carga trasatlánticos. Así que ella hizo algo muy americano: decidió fundar su propio Internado. 

Pero era la época de la Sociedad de Naciones, por el mundo recorría un viento de internacionalismo así que nuestra chica americana quizo que el Internado Americano sea fundado con la supervisión de el Internado Europeo. Así que ella había llegado allí con la idea de nombrar una comisión para que acudiera a USA y ayudaran en la constitución del nuevo instituto. La segunda idea que hizo levantar las cejas de la madre superiora era esta: las hijas ilegítimas de cualquier familia acomodada Europea podrían escribirse allí y estos pagarían la educación y mantención de la alumna. Las hijos extramatrimoniales en la época eran una vergüenza que se debía ocultar, eran enviadas comunmente lejos, para ser criados por terceros por un pago. Muchas veces crecían sin llegar a saber nunca quienes eran sus padres, o sabiéndolo, no podían acercarse a ellos. 

Cada año, cientos de estas criaturas venían al mundo en toda Europa. Cada año costaba una pequeña fortuna reclutar niñas huérfanas de las manos de ambiciosos funcionarios de orfanatos, y para peor, estas operaciones siempre serían ilegales. La Abogada estaba segura que se podía reunir fácilmente las 25 reclutas que cada seis meses necesitaba el Internado para funcionar, con la diferencia que esta operación no generaría costos y sería legal. Además, los altísimos costos de la manutención de las niñas se verían considerablemente reducidos. Solo se necesitaba la voluntad para cristalizar la idea, por lo que pedía ayuda a ambas mujeres para hacerlo. Cuando expuso su idea lo hizo en el francés que había aprendido en el Internado con elegante acento parisino, con al claridad que había adquirido en Oxford, con el entusiasmo de una Londinense y con los ojos brillantes llenos de inteligencia y voluntad. Al terminar, sus mayores estaban más que entusiasmadas. Su antigua sinodal tuvo que controlarse para no llorar de la emoción de ver en que se habia convertido su antigua pequeña y la directora tuvo que contener las ganas de aplaudir, orgullosa de esta extraodinaria ex-alumna.

De la misma manera, el Consejo se rindió ante ella. Se dedicó a cristalizar sus ideas con una energía que a muchas les recordaba a la Dama fundadora. Con esa misma energía viajó a América para asistir a la primera reunión de la Logia Americana donde su discurso fue aplaudido de pie. Hermanó a ambas logias, con lo que lograría que las inmensas fortunas americanas ayudaran al instituto europeo. De regreso a Europa siguió trabajando en el mejoramiento de las condiciones del Internado Europeo y años después logró viajar a Connecticut, para conocer el nuevo Internado. A orillas de un lago, en una regiòn conocida como New Fairfield, se levantò el impresionante Internado Americano.
En USA, no se necesitó mucho esfuerzo para conseguir alumnas. A pesar de que USA  durante la época de los veinte estaba en plena expansión económica, la miseria todavía era la constante en grandes barriadas de las grandes ciudades. Solo en Chicago en l.926 se registró la entrega a Servicio Social de más de 300 niños huérfanos de menos de tres años. Solo se necesitaba hablar con los padres de una menor y emitir un contrato de trabajo, darles dinero para que firmen y la menor se podía ir con el dueño del contrato tranquilamente. Cuando ellas veían las magníficas condiciones del Internado, su alto nivel de vida y la sólida educación que recibían, se olvidaban de sus padres y de su pasado. El personal fue recogido de correccionales americanas donde muchas mujeres languidecían en pésimas condiciones por su orientación sexual, Bastaba que la persona indicada hablara con el gobernador o con el jefe de prisiones y estas mujeres quedaban bajo tutela del que las contratara bajo la aprobación de la autoridad. Nuevamente, trabajar en un sitio como el lago Fairfield las hacía no querer nunca irse de allí. Profesoras y tutoras fueron encontradas en los clubs y bares de lesbianas, que aunque pocos y clandestinos, existían en las grandes ciudades americanas, en Nueva York, Chicago y San Francisco. Mujeres cultas, bien preparadas, la idea de trabajar en un sitio donde no se las persiga y margine les pareció un sueño. 

Nuestra chica americana estaba detrás de todo este gran esfuerzo, había organizado con esa energia que solo los americanos parecen tener: una logia, un consejo y finalmente un internado, exactamente al revés de como se lo había hecho en Europa. O, como Scott Fitzgerald lo dijo: “Europa y Amèrica son espejos una de otra, iguales pero al revès”. Pero ese entusiasmo y alegrìa, propios de lo que nuestra Flapper, como la llamaremos de ahora en adelante, terminó en Octubre de l.929. La economía occidental, que se había inflado como un globo, simplemente se reventó como uno y cual sucede a estos cuando revientan, pareció desaparecer. 

En un mes, se perdieron diez años de ganancias. Fortunas que habían costado cincuenta años en acumularse desaparecieron en días  y con estas todos los trabajos que habían generado. En mayo de l.930 el 40 % de la población americana estaba desempleada. El hambre y la desesperación empezò a cundir, unos 20 millones de personas perdieron sus hogares. Fue el peor desastre econòmico de la historia. Para nuestra flapper, fue el fin de las tres cuartas partes de su fortuna, pero aùn asì lo restante le alcanzaba para seguir considerándose rica, pero no alcanzaba para conservar el Internado. La reunión de la Logia Americana en el verano de 1.930 demostró que esta se haba reducido a al mitad. Y la mayoría de las miembros sobrevivientes declaró que no podían seguir aportando de la forma como lo habían hecho antes. 

La Flapper necesitó de toda su energìa y concentraciòn para lograr que el instituto sobreviva. Redujo todos los gastos a lo estrictamente necesario, desglosando el costo de hasta el último lápiz, de la ùltima tiza. Comprò libros usados, uniformes màs baratos, pero no renunció a la calidad de la comida, de la educaciòn y a las reglas que conformaban las columnas de la institución: una institutriz por cada niña, gimansia e higiene, disciplina y ternura. De alguna forma, el Internado Americano sobreviviò y en forma paradòjica, fue el instituto europeo que tuvo que acudir en ayuda de su hermano americano. Pero quien realmente salvò al Internado fue la nieta de uno de los legendarios fabricantes de armas americano. 

Excéntrica, altìsima, delgada,  hija de una mujer que había sido declarada legalmente loca y de un padre que no pronunciaba màs de seis palabras al dìa, nuestra recién llegada heroína no había mostrado durante su vida un comportamiento precisamente normal tampoco. No habìa nadie en este mundo que pudiera llamarse realmente su amigo, exceptuando un gigantesco vaquero que por alguna razòn era al ùnico que hablaba con naturalidad sin contestarle como acostumbraba con el resto de la gente con monosìlabos. Este la seguìa a todas partes como un guarda espalda silencioso, portando siempre una 44 de la marca de la casa de su patrona y viendo a todo el mundo como si tomara las medidas para el ataùd. Pero a la Flapper le bastò ver a la Armera, como llamaremos a esta extraña señorita, para darse cuenta que estaba ante una hermana. 
Coincidieron en una estaciòn de San Luis, la Flapper esquivò habilmente a su sempiterno guardiàn y la invitò a reunirse. Cuando ella preguntò porque la Flapper en cien palabras explicò en un culto inglès la existencia del Internado y su finalidad. Con satisfacciòn, notò la dilataciòn de las pupilas de la Armera y luego de un angustioso momento de silencio vino la vacilante pregunta”¿puede explicarme mejor esto?”.  Convenciola luego de algunas escaramusas en que acepte su invitaciòn, lo que la Armera finalmente aceptò. En conclusiòn, en la primavera de l.932 la Armera visitò por primera vez el Internado Americano. Las òrdenes que la flapper habìa emitido a su madre superiora, la cual tambièn era un ex-monja alemana, era que la armera fuera llevada lo màs directamente posible al ala de las pasadas donde les serìan mostradas todas las chicas disponibles. Y allì nuestra armera encontrò algo que habìa estado buscando toda su vida, a Molly.

Molly simplemente, ahorràndonos el apellido irlandes, era una muñeca pelirroja pecosa de ojos azules brillantes. Sin el règimen del Internado, hubiera sido gordita, pero la gimansia y el lacrosse la tenìan con una cintura que daba a su cuerpo la forma de un estilizado reloj de arena. De busto ya prominente, de piernas gruesas sobre las que descansaba un generoso trasero, remataba todo esto una vulva pequeña de labios escondidos. Y aunque dicen que la boca de las mujeres tienden a parecerse a su vagina, en el caso de Molly se podrìa hablar de una excepción, pues los labios de ella eran ligeramente gruesos y de un rojo intenso. Su nariz era esa tìpica nariz celta que les da a sus poseedoras un aire pìcaro, con cejas rojas bien delineadas, largas pestañas y mejillas redondas. Como le dijo su tutora cuando por primera vez la vio, “señorita, tiene ud. el tipo de traviesa a la cual es mejor darle una buena nalgueada de entrada, pero le voy a conceder el beneficio de la duda:”

Pero ninguna de estas caracterìsticas eran las que hacìan inolvidable a Molly. Esta sufrìa, como una de sus compañeras, una chica de origen italiano le dijo,  de hemorragia bucal. Simplemente Molly no podìa dejar de hablar: hablaba del tiempo, de lo que habìa hecho ayer, de lo que vio ayer, de lo que pensaba hacer mañana, ser preguntaba còmo serìa el tiempo mañana y ella mismo se respondìa. Muchas veces, aunque la persona con que estaba hablando se fuera, harta del incontenible parloteo, ella seguìa hablando. Lo necestiba, era su forma de defenderse, de ocultar su miedo, su miedo a las cosas que podìan volverla loca. Su padre, despuès de azotarla con un garrote hasta que se cansaba, la encerraba en una oscura leñera donde ella no podìa verse ni la nariz. La pequeña niña muchas veces sentìa que cosas se movìan en la oscuridad y para alejarlas, para controlar el terror que sentìa que la dominaba, simplemente hablaba, consigo misma, con dios, con la ùnica amiga que tenìa aunque no estuviera ahì. Hablaba, porque mientras hablara, nada malo sucederìa.

Esto por supuesto le trajo un sinfìn de problemas y fue su salvaciòn. Su padre, harto de su parloteo incesante y seguro que estaba medio loca la entregò a una señora de origen polaco que buscaba obreras para su taller de costura. Esta por supuesto no era tal, era una agente del internado y como ella explicaba de mal modo cuando podìa, no era polaca sino massuriana. A ella no le disgustò el parloteo de Molly, le agradò. La escuchò durante los tres dìas que estuvieron juntas y se reìa de esa incesante fuente que brotaba de Molly. En el internado, la entregaron a una robusta sinodal, que aunque siempre la regañaba y la amenazaba con “unas nalgadas señorita que no se va a poder sentar en tres dìas” intentò comprenderla y la trataba con toda la paciencia de la que era capaz. La colocaron con una de las primeras alienistas, que despuès se conocerìan como sicòlogos, graduada de Yale que era la consejera del Interando y con esto y la ayuda de su sinodal, el cerebro de Molly pareciò desacelerarse.

Molly era feliz, en lo que se podìa esperar. Le gustaba estudiar, adoraba leer y aunque muchas alumnas le huìan como a la peste, estaba su Marg, como se llamaba su sinodal, que la escuchaba y con la cual podìa conversar.  Ya en tercer año podìa estar varios minutos en silencio y habia aprendido a escuchar y participar en una conversaciòn, aunque por supuesto por cada palabra que oìa ella pronunciaba diez. Pero lo que nunca le toleraron y esto la hizo ganarse màs de un castigo fue cierta risa que en momentos de extremada hilaridad salìa de ella. El sonido de esta era como de una lima fabricando una llave. Simplemente eso era inaceptable para una señorita. 
“Una señorita no se rìe asì!” le decìa su sinodal mientras le daba de nalgadas con un ritmo constante, “una señorita se rie con gracia, no como una mula con tos!”. Sentada sobre las rodillas de su sinodal, desnuda de la cintura para abajo, con sus nalgas al alcance de la mano derecha de su guardiana, Molly lloraba suavemente mientras era castigada. Cuando esto pasaba, Molly se metìa el pulgar en su boca formando un tierno puchero. Su sinodal se detenìa, miraba a Molly que estaba obligada a devolverle la mirada y con el dedo cual reprobatorio puntero regañaba a Molly y la obligaba a repetir el motivo del castigo. Hipando, la pobre Molly repetìa:”me està pegando porque no me rìo como una señorita”. Y el castigo continuaba.  Marg procuraba no nalguearla muy fuerte, pues era conciente que ella no lo hacìa a propòsito, pero lo hacìa porque consideraba que era una costumbre detestable que iba contra toda urbanidad. Y a ella le imoportaba Molly, le habìa llegado a tomar cariño, queria lo mejor para ella. Aùn asi, cuando terminaba las nalgas de Molly estaban rojas y lloraba como una magdalena. La bañaba a continuaciòn, advirtièndole que donde la volvìa a oìr reirse asì de nuevo esta tunda no serìa nada a lado de la que recibirìa. 

Molly querìa a Marg, su Marg la llamaba. Nunca la castigaba a menos que no hubiera màs remedio, aunque la regañaba todo el tiempo. Pero nunca alzaba la voz y mientras lo hacìa, la acicalaba arregalando un mil detalles que solo una mujer ve y al dejarla para que oiga clase o en la gimnasia o en la nataciòn, ponia su mano sobre su mejilla y le decìa:”se buena pequeña, ¿si?.” Molly era alta para su edad y robusta, cualquier otra sinodal hubiera tenido problemas para manejarla, pero no Marg, con su metro ochenta i cinco y su sòlida humanidad. Cuando era de meterla al baño, la cargaba sin problemas y la maniobraba como una muñeca. Los domingos la masajeaba con energìa bañàndola en aceite y frotándola con vigor. La afeitaba con cuidado y era inflexible en la depilaciòn, por mucho que se quejara Molly. Dejaba sin rastros de vello todo su cuerpo, hasta el surco dorsal. Molly se avergonzaba cuando abría sus nalgas para revisarla, pero no sentia desagrado. Luego la cargaba desnuda hasta la cama, donde la vestìa para el servicio. 

El servicio era como se conocìa la cena del domingo. Todo el personal del Interando, exepto el servcio comìan juntos. Para esa ocasión todo el Interando se vestìa con traje formal, en vez de los uniformes de diario. Comùnmente la madre superiora o la inspectora general pronunciaba un discurso que trataba de temas de interès general, lo normal en una instituciòn asi. Se le consideraba un acto solemne y se esperaba absoluta correciòn y atenciòn de las alumnas. Asì que Marg se esmeraba en que quedara implecable, cuidando que hasta el ùltimo botòn y lazo estèn donde deben estar. Era en ese el ùnico momento cuando Marg bajaba sus defensas, al terminar hacìa girar a Molly y vièndola tiernamente le decìa:”estàs hecha una belleza, señorita.”. Entonces Molly se daba cuenta que esa mujer la querìa y que ella querìa a esa mujer. Ambas por algunos segundos, se quedaban viendo sonrientes, satisfechas la una de la otra. Entonces Marg se acordaba de su lugar y apurando a Molly le decìa:”comportada señorita, Ay donde la veo conversando! La quiero atenta a la oradora, sino ya verà lo que pasa cuando regresemos.” pero Molly seguìa sonriendo y vièndola con adoraciòn, la conocìa y sabìa que esos regaños eran parte del libreto. 

Cuando sentada fuera de la sala de matemáticas Marg escuchó que habría una pasada especial para una sola donante, cayó en cuenta lo importante que debía ser esta. Así que rompiendo al menos unos seis reglamentos entró sin llamar al salón donde estaba Molly, ignoró la mirada atónita de la profesora de matemáticas y se la llevó sin mayor explicación. En el cuarto la desnudó a toda prisa y le puso la bata transparente de presentación la peinó, le pintó lo labios de un rojo intenso y perfumándola casi sobre la marcha terminó de agarrar al vuelo unas zapatillas rojas para llevarla casi a volandas al ala de pasadas. Mientras la conducía, le explicaba que iba a ser presentada a una sola dama, “pero esta es muy importante, así que señorita vas a mostrar lo bueno que hay en ti, ¿ok
Su apuro era para apoderarse de una vitrina colocada estratégicamente en el ala, esta sobresalía hacia el paseo lo que hacía que su ocupantes se luzca desde varios ángulos. Marg consideraba a Molly hermosa, su único defecto era su parloteo, pero este era controlable. “No se notará” pensaba ella. Así cuando la armera empezó a caminar sobre este increíble callejón lleno de vitrinas con hermosos tesoros en ellas, tuvo obligadamente que fijarse en Molly. Nuestra niña se había distraído pues había estado ya un buen rato dentro de la vitrina. Se estiraba para ver bien una moldura  en forma de flor que decoraba  el techo, así que no notó la aparición de la donante. Lo que esta vió pues fue un perfil impresionante, rostro, senos, piernas, nalgas, todas estas coronadas por la cabellera más roja que había visto en su vida. Molly estaba tan distraída que no se dió cuenta que alguien caminaba al pie de la vitrina de izquierda a derecha, no una sino dos veces. La armera quedó fascinada, ya que ante todas las otras vitrinas había tenido rostros que la veían y sonreían, pero que la hacían tener vergüenza de ver detalladamente los cuerpos a los que pertenecían. En el caso de Molly no pasó tal cosa, así que por primera vez en su vida contempló y disfruto del espectáculo visual de una mujer en flor. Una ideal le vino a la mente: “como si el diablo la hubiera tallado.” Por primera vez comprendió el poder de la belleza y porque la obsesión con reprimirla. 

Cuando Molly se dió cuenta que la observaban dio un respingo y procedió a una rápida venia, luego giró quizá demasiado rápidamente sobre si misma y mirando a la armera, se olvidó de sonreir y solo atinó a ver a su sinodal, cuyo rostro era una máscara impasible. Con el rabillo del ojo alcanzó a ver como se reían otras guardianas, lo que le causó más mortificación, lo que la hizo bajar la vista. Todo esto, tan diferente a las caretas sonrientes que había visto hasta ahora, llamó aún más la atención de la armera. Durante un rato se quedó también con la mirada baja, recordando cual era el siguiente paso a seguir. “Hablar con su tutora”, recordó. Así que giró y encontró la parada cuasimilitar de Marg y su rostro de esfinge.

“¿Qué le pregunto?” se decía a si mismo mientras se acercaba. Torpemente, señalando hacia la vitrina donde estaba Molly, preguntó “¿Cómo es ella?”. Marg tardó dos segundo en reaccionar, pues comúnmente estaba acostumbra a elegantes damas que con un aniñado acento decían “ahora querida, ¿puedes hablarme de la belleza de la vitrina 7?, la rubiecita, la que parece una galletita”, no esperaba una pregunta tan burda y dicha con ese acento de las montañas de Virginia. Pero solo dos segundos, en seguida con voz clara y contundente dijo:”la mejor de las chicas, aunque necesita una mano fuerte, pues como ve es una soñadora. Sabe inglés y francés (esto era una exageración), es buena en matemáticas (cierto) y a su edad ya ha leído más libros que yo (discutible).” La armera tenía los ojos muy abiertos mientras la oía, pensando que esa pobre niña tenía que soportar la disciplina que este sargento debía imponer. “Pobre criatura”, se decía, mientras que prenguntaba si podía hablar con ella. Marg se dignó a mirarla y respondió con el tono de tener que decir lo obvio: “solo golpee el vidrio, madam.”

Molly miraba angustiada la conversación que su tutora y la donante tenían. “Oh dios mío!, que torpe he estado, de seguro me he ganado una buena, hoy tendré que dormir boca abajo.” Cuando la armera se acercó y golpeó el vidrio cual si llamara una puerta, su alegría la hizo dibujar una amplia sonrisa en su cara. A la armera dicha sonrisa le recordó cuando en medio de un día nublado de repente sale el sol. Molly dió la vuelta y salió casi corriendo hacia el saloncito de reuniones, “quiere habar conmigo, quiere hablar conmigo” se decía emocionada. Cuando llegó al saloncito, se acicaló la bata, se arregló el cabello y esperó como le había indicado, quieta en medio de la habitación con las manos cruzadas atrás. Cuando la armera llegó esta la saludó con una reverencia y recordando todo lo que le habian enseñado la invitó a sentarse. 

Siguiendo las reglas de la casa, se sentó frente a la donante levantando la bata para que la piel de sus nalgas tocara el forro del sillón, abrió las piernas y colocó las manos con las palmas hacia arriba sobre sus muslos. Luego miró a su posible futura dueña y sonrió enseñando unos dientes blancos y perfectos. Si la armera tenía alguna duda, esto se disipó de inmediato, “esta”, pensaba, “es mi dulce compañera, la que he visto solo en sueños, cuando la humedad viene a mi en las noches de verano” en esos sueños nunca había visto su cara, pero la veía ahora y era hermosa.
Molly también observaba detenidamente a la mujer que tenía frente a si. Le gustaba que fuera alta, más alta de lo común, le gustaba su pelo negro como el ala de un cuervo, sus ojo cafés bajo unas cejas finas, las pestañas gruesas, la nariz recta cual trazada con una regla. El rostro de la armera era alargado pero las mejillas llenas lo atenuaban. Aunque muchos habrían dicho que la armera no era bella, que parecía una estricta profesora rural, era esta característica lo que agradaba a Molly. En su vida todas las personas que habían sido buenas con ella eran así: adustas y serias. La mujer que la rescató de sus padres, su Marg, la profesora Presston de natación, la bedel Marta que siempre guardaba un bocadillo para ella entre los bolsillos de su delantal. Y ahora ella. “¿Me querrá?” se preguntaba, De repente se dio cuenta que habían estado un buen rato allí en silencio. 

Así que Molly preguntó su nombre, sus gustos,  sus preferencias en comida y vestidos. “¿porqué se vestía así, tan anticuada?”, preguntó impertinente. Esto, el hecho de que ella apenas si esperara respuesta para volver a disparar, hizo sonreir a la armera. “Debería sonreir más”, soltó Molly, “se ve mucho más bonita cuando lo hace”. En la vida de la armera, el único hombre que la había llamado bonita era su padre. Fue allí cuando cayó en cuenta que en sus 34 años solo dos personas la habían llamado así, esto, sumado a las emociones que había sentido por primera vez con la intensidad que las había sentido, hicieron que le dieran ganas de llorar. Sus ojos se humedecieron y su semblante se contrajo en un gesto de dolor. 

Molly se asustó, estaba segura de que había dicho algo malo. Empezó a disculparse, luego intentó cambiar de tema y lo que logró fue desvariar. Dándose cuenta, decidió que la solución era contar algo gracioso. Así que empezó a contarle a la armera un incidente gracioso que había ocurrido el último invierno, que involucraba un gato, la cocina, las empleadas de cocina y varias alumnas. A Molly cuando le contaron el episodio, le pareció hilarante. Así que intentó adornarlo con la mayor cantidad de sucesos posibles y esto sumado a sus nervios provocaron algo que para ella fue el desastre: al terminar el cuento y reirse del mismo, la risa prohibida salió  a flote. 

Molly no se dio cuenta que se estaba riendo así hasta que vio la cara de la armera. Esta tenía los ojos como platos y la veía fijamente.  Aterrorizada, empezó a disculparse, pero pronto las ganas de llorar cortaron las disculpas. “Bueno, hasta aquí llegué. Es mejor que me excuse y me vaya”, porque, ¿quien la querría con una risa así?. Así que empezó a levantarse mientras decía:”No le quito más el tiempo, madam, querrá hablar con otras chicas. De todas formas, debo decirle que fue un placer conocerla y quiero asegurarle que yo no me río siempre así” pero fue detenida por una orden, que aunque dicha en forma suave, no dejó de ser terminante. “!Sientate!, tu institutriz tiene razón, necesitas mano fuerte”.  Molly se sentó y confundida, esperó. Mientras, la armera tenía un verdadero torbellino en la cabeza, aunque de una cosa estaba segura: esa chica sería suya, cueste lo que cueste. 

La niñez de la armera fue una pesadilla debido a la esquizofrenia de su madre, que fue apartada de su lado cuando la atacó con un hacha, provocándole una herida en la espalda que casi la mata, quedándole una cicatriz de 30 cm en la espalda. Fue su padre, ese hombre amable que casi no hablaba quien la salvó, quien la había criado hasta entonces explicándole en lo que podía el extraño comportamiento de su madre. Fue el hombre que siempre la cuidó de alli en adelante, el origen de todos  sus conocimientos, de sus creencias y virtudes. Se acostumbró a sus silencios, tan largos que a veces lloraba quedadamente para no gritar, se acostumbró a su salud delicada que se lo llevó tempranamente a la tumba dejándola en la primera línea de sucesión de la  fortuna de su mítico abuelo. Lo extrañaba, a pesar de sus silencios, lo extrañaba. Y extrañaba sobre todo  su risa que sonaba como una lima haciendo una llave.

Cuando escuchó la risa de Molly supo que algo en su vida quedaba sellado y cerrado. Hasta allí ella había aceptado su soledad, que ella fomentaba imitando la forma de ser de su padre. Hasta allí, “basta” se dijo, “me llevaré a esta niña  para mi, aprenderé, aprenderé ha hablar, ha amarla, ha hacerle el amor. Viajaré, con ella, lejos, cerca, comparé, venderé, viviré.”  Luego de un momento en que estos pensamientos calaron profundamente en su corazón, le preguntó a Molly: “¿quieres irte conmigo Molly?, quiero que me hables, que me preguntes, que me enseñes como hablar y respirar al  mismo tiempo. Quiero que seas feliz y al serlo, que me vuelvas feliz a mi”. Molly no lo sabía y si alguien se lo hubiera contado no lo hubiera creído: la armera no había pronunciado una frase tan larga desde después de la muerte de su padre al entrevistarse con los abogados albaceas del testamento de su abuelo.
Luego de la impresión inicial, Molly gritó  “!Si!” y saltó y aplaudió, mientras una sonrisa inmensa adornaba su rostro. Impulsiva, se acercó a la armera y la abrazó. Luego besó su mano, se disculpó, volvió a saltar y aplaudir. El escándalo hizo que entrara Marg, que al ver esto exclamó en un susurro que más bien era un grito:”señorita, basta!, ¿quieres que entre la madre superiora y te castigue por ese comportamiento?.  Madam! Por dios! Si va a aspira ser algo para esta niña, empiece desde ahora a supervisar su comportamiento, una alumna de este instituto no se porta así!”. Ambas, futura tutora y pupila miraron hacia abajo y aunque sonriendo, pidieron las respectivas disculpas. Con un resoplido, Marg les lanzó  una última mirada de indignación y salió. 

Quedándose de nuevo solas, ambas se abrazaron como dos chiquillas. Era la primera vez que la armera entraba en contacto físico con alguien desde la muerte de su padre. Una vez al mes, contrataba prostitutas para que la masturben, mientras fantaseaba con su amor. Para ella eso no contaba, apenas si era algo mejor que masturbarse, cosa que no hacía porque la hacìa sentirse tonta. El olor, la tibieza, su solida suavidad estuvieron a punto de volverla loca. ¿De que hablan dos amantes en su primera cita?, de lo mismo que todos hablan. Dejemos a estas almas enamoradas y volvamos con el núcleo de nuestra historia.

Después de la entrevista con Molly, una temblorosa armera se reunió con una jubilosa flapper. Esta iba a empezar a hablar de una posible donación cuando la armera la cortó a raya:”¿Cuánto necesita para que este lugar funcione sin problemas?” le preguntó. La flapper no necesitó pensarlo mucho, viendo a la armera a lo ojos le dijo:”dos millones de dólares, y lo aceptaremos únicamente si ud. acepta entrar en el consejo adminsitrativo”. La armera bajó la vista como siempre lo hacía cuando quería pensar con claridad, luego de un momento que a la Flapper le pareción eterno, respondió:”correcto, pero Molly debe quedar a mi disposición”, nuevamente la Flapper se demostró como una digna sucesora de las fundadoras, contestó:”Si la niña ha aceptado su tutoría, es suya, pero bajo ciertas reglas. No quiero torturarla, ni incomodarla, pero ni una donación de dos millones me haría olvidar mi deber con las alumnas.” La armera comprendió que hablaba sinceramente, así que solo afirmó con la cabeza. La sonrisa que apareció en su cara fue para la flapper una verdadera sorpresa. “Dios, lo que hace el amor”, se dijo. 

“Quiero…, bueno, momentos a solas con ella”,  dijo y por primera vez en 20 años, se sonrojó. La armera tuvo que contener la risa, mientras filosofaba sobre lo necesario que era un lugar así. No importara que fueran ricas, pobres, bellas, feas, las lesbianas eran perseguidas y marginadas, Se las criaba con una sentimiento de culpabilidad, como si el amar a otro ser humano fuera un pecado. No podían hacer lo que cualquier humano hace: buscar a su pareja, su otra mitad. Y si lo hacían, lo hacían con el terror de ser descubiertos, con el miedo de que el objeto de su amor se burle de ellos, los deprecie. “El mundo es un lugar terrible!” se dijo suspirando la Flapper.

“Y aún así es un sitio en el cual vale la pena vivir”, se lo dijo mientras empezaba la larga explicación sobre los deberes de una tutora, sus derechos y potestades, los deberes de una pupila, sus derechos, que serían celosamente velados por el Internando. Le dio las cartas que debía firmar para ocupar el cargo respectivo en el consejo, le entregó los reglamentos, etc. Allí se enteró que la armera había decidido venirse a vivir a Faifield, pensaba comprar un terreno al pie del lago, construir allí una casa que le permitiera estar cerca de Molly y de sus nuevas obligaciones. La flapper sonrió satisfecha de la actitud de compromiso que la armera tomaba. Cuando tres días después ante un boca abierta consejo terminó su informe, lo terminó con un “Hurra!” como en sus mejores días en la universidad. Entre lágrimas, abrazos y besos, estas mujeres celebraron el fin de las épocas malas y la llegada de tiempos mejores.